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Humberto Beck

Otra modernidad es posible

Las ideas de un filósofo adelantado a su tiempo que alertó sobre los peligros del capitalismo salvaje.

El supuesto progreso tecnológico, industrial y social de las sociedades modernas, en vez de liberar a los individuos, los ha atado a nuevas servidumbres, volviéndolos seres menos creativos y autónomos. Las escuelas uniforman el pensamiento y limitan otros modos y espacios para el aprendizaje. Los coches proveen una sensación de libertad a quienes los poseen, pero en realidad se convierten en una pesada carga para sus dueños (quienes deben trabajar para mantenerlos) y para las ciudades, donde los peatones pasan a ser ciudadanos de segunda.
Estas son algunas de las ideas del filósofo Iván Illich, uno de los pensadores más singulares del siglo xx. Entre los años setenta y ochenta del pasado siglo, construyó una de las críticas más originales de la modernidad occidental y sus reflexiones sobre la educación, la energía, la movilidad, el medio ambiente y la tecnología son hoy en día igual de pertinentes.
Este libro revisa capítulo a capítulo las ideas y propuestas más importantes del filósofo austríaco, que propone, contra esa modernidad en la que las herramientas han tomado el control de los hombres, una “sociedad convivencial.”
«Llamo sociedad convivencial a aquella en la que la herramienta moderna está al servicio de la persona integrada a la colectividad y no al servicio de un cuerpo de especialistas. Convivencial es la sociedad en la que el hombre controla las herramientas.»

Además de glosar y analizar las ideas de Illich, el libro se ocupa de contrastar estas ideas con otras teorías contemporáneas y de demostrar su radical vigencia.

«Illich no solo hace un análisis impecable de las estructuras de dominación en el momento histórico en que nos encontramos, sino que además predice con escalofriante exactitud la crisis en que estamos inmersos desde 2008.»
Culturamas
181 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2017
Año de publicación
2017
Editorial
MALPASO
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👍👎

Opiniones

  • Sergio Castrocompartió su opiniónel mes pasado
    👍Me gustó
    🔮Profundo
    💡He aprendido mucho

    El concepto de convivencialidad moderna que propone Illich, supera ese melancólico pensamiento que nos lleva a pensar el proyecto moderno sin la presencia del antecedente, del pasado, del mito, quizás. El pensamiento del límite, de manera crítica, le apuesta a refundar el objetivo prometeico moderno, sobre una cultura de la originalidad de lo humano como un reino de fines en el que la técnica y la tecnología, sean únicamente medios.

  • XRicardo CartasXcompartió su opiniónhace 5 años
    👍Me gustó
    🔮Profundo
    💡He aprendido mucho
    🎯Justo en el blanco

    Un muy buen texto para entrar al pensamiento de Ilich 😎🏋️

Citas

  • Sergio Castrocompartió una citael mes pasado
    En las circunstancias del presente, el desarrollo de un pensamiento del límite significaría la oportunidad de llevar a cabo una operación clave —quizás la más urgente— de la sociedad contemporánea: una reactivación de la imaginación políti-ca. La aplicación de este pensamiento traería consigo no una salida de la modernidad ni su superación, sino una reconsideración de su sentido desde una perspectiva al mismo tiempo radical —porque es relativa a su origen, su raíz— e inédita —porque permanece invisible a las posturas políticas convencionales—: el descubrimiento de la modernidad del límite. En un mundo social marcado por el predominio de la información y la globalidad, una política de los límites equivaldría a imaginar, junto con otras maneras de distribución de la riqueza, nuevas formas de distribución del conocimiento y nuevas mo-dalidades para los vínculos entre los seres humanos, sus herramientas y su entorno; equivaldría, también, a enunciar un potente aviso de que la modernidad se funda, ante todo, sobre la crítica de sí misma.
  • Sergio Castrocompartió una citael mes pasado
    La ética de la transgresión ha identificado la infracción de los límites como el gesto humano por excelencia. En esa lógica, se es humano solo en la medida en que se transgrede una frontera, porque se presume que solo así el individuo se afirma como artificio opuesto a lo natural. Pero aun las convenciones de la forma representan una forma de discontinuidad con el ambiente: también ellas constituyen, a su modo, una elaboración de lo humano como artificial, diferente de la naturaleza. La auténtica contienda está en otra parte: es el contraste entre la transgresión y la crítica como dos distintas maneras de asumir la autofundación humana. La transgresión es una celebración del gesto de ruptura —el ritual de rasgar el velo como una ceremonia de libertad—. La crítica entraña un movimiento dentro de una proporción: el proyecto de construir un mundo de sujetos en un entorno perdurable.

    El imperativo tecnológico y el capitalismo industrial encarnan una modalidad de la ética de la transgresión. Pero existe la posibilidad de otra modernidad, una menos transgresora y más, propiamente, crítica —kantiana, camusiana, illichiana—. La modernidad de los límites rechaza cualquier sobrepoder; alienta una forma de autoescrutinio que, lejos de ser una forma de reclusión, se abre a la alteridad, porque es el fundamento de la vida cívica: el encuentro libre e igualitario con los demás.
  • Sergio Castrocompartió una citael mes pasado
    En Si esto es un hombre, las memorias de su estancia como recluso de los campos de trabajo y exterminio de la Alemania nazi, Primo Levi ofrece un testimonio de la violación de esta frontera a manos de los poderes de la razón histórica. En los campos los prisioneros vivían en un estado de precariedad absoluta. La existencia en estas condiciones era una sucesión de desnudeces impuestas que tenía el fin de reducir el cuerpo a una pura masa, privándolo de su capacidad de ser un signo de humanidad. Pero esta violencia se trataba no solo de una degradación del cuerpo, sino de un desfiguramiento de lo humano. La experiencia histórica de los campos representó el “experimento” de mirar el mundo de los hombres desde la extrañeza de un extremo absoluto, el espacio exterior de lo no humano. Desde esa perspec-tiva radical se descubre que, en un siglo poblado de cultos a la ruptura, la rebelión consiste —como sostiene Camus— en el resguardo de la conciencia de que lo humano, a pesar de ser una condición abierta, cuya naturaleza consiste en la negación de la naturaleza, tiene una forma.

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