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Libros
Y, como con el bostezo, la risa, el frío o la juventud, aquí estamos, proponiendo contagiar la gran aventura humana: la ciencia. En lugar de abrir la boca bostezando, contagiar el reflejo por el que se nos caen la mandíbulas frente a un descubrimiento, compartir la risa de un experimento, el escalofrío de saber que, por un momento, hay un secreto de la naturaleza que sólo conocemos nosotros (y la naturaleza, claro), la juventud que implica estar siempre a la caza de preguntas. Más allá de la ciencia profesional, aquí nos centramos en contagiar el pensamiento científico, aquella porción de la cultura que nos despierta curiosidades, inquietudes, cosquillas. Las herramientas de este contagio —sus virus y bacterias— son el objeto de este libro. Así, algunos de los más importantes contagiadores de Iberoamérica nos comparten sus secretos, sus pócimas y sus instrucciones confidenciales a la hora de esparcir brotes de ciencia. Todos los escenarios son lícitos, y por esta crónica hospitalaria circulan museos, libros, diarios, aulas, revistas, televisores, artes, radios y carnavales. No importan de dónde vengan los agentes infecciosos: tendremos científicos, periodistas, divulgadores, editores y hasta un ministro que nos dejarán entrar a la trastienda de sus métodos y nos compartirán sus misterios a la hora de inocular la ciencia, con la honestidad de comunicar eventos triunfantes… y de los otros.
Si somos exitosos —y confiamos en serlo— estas páginas tendrán, a su vez, un efecto multiplicativo y sus lectores, de manera inexplicable e inmediata, se convertirán a su vez en contagiadores, en parte de una epidemia zombie que, en lugar de comer cerebros, los celebre, los ilumine y predique esta manera tan particular de ver el mundo con ojos de científico.
No nos unen el amor ni el espanto, sino el contagio… de la ciencia.
223 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2020
Año de publicación
2020
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Citas

  • Victoria Silvestricompartió una citahace 2 años
    , nos muestra contundentemente que a esas capacidades protocientíficas hay que educarlas, hay que acompañarlas de la mano, durante años, para fortalecerlas, porque si no el pensamiento científico no se termina de formar espontáneamente.
  • Victoria Silvestricompartió una citahace 2 años
    para entender la ciencia hay que vivirla, aunque sea un rato. Hay que recorrer las alegrías y frustraciones de hacerse preguntas que nos intriguen, rompernos la cabeza imaginando maneras de responderlas, recolectar datos e información, ver qué nos dicen, explicar y debatir con otros si no están de acuerdo con nuestras conclusiones.
  • Victoria Silvestricompartió una citahace 2 años
    Ella nos enseñó que la física nos servía para pensar mejor, para entender cosas que nos pasaban todos los días. Nos mostró que, con una fórmula, podíamos representar el flujo de la sangre por un vaso sanguíneo, y de paso entender por qué los aviones no se caían aunque llevaran un equipo completo de pesados fisicoculturistas a bordo. Mientras nos traía torta hecha por ella para mimarnos un poco, nos enseñaba que la ciencia era una lente para mirar el mundo.

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