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Libros
Anita Loos

Los caballeros las prefieren rubias. Pero se casan con las morenas

«Me habría gustado que Dorothy se me ocurriera primero a mí» William Faulkner

«La gran novela americana» Edith Wharton

Aparte de ser un éxito de ventas desde el mismo día de su publicación, Los caballeros las prefieren rubias (1925) fue uno de los pocos libros que leyó James Joyce ese año, ya medio ciego, y contó con los elogios de William Faulkner y Edith Wharton: para ésta, se había escrito por fin «la gran novela americana». Anita Loos, en esta novela y su continuación, Pero se casan con las morenas (1928), narra las hazañas de una pareja de amigas, la rubia Lorelei Lee y la morena Dorothy Shaw, dos auténticas depredadoras en el marco del puritanismo y la mojigatería de la Norteamérica de la década de 1920, cuyo más característico emblema era la Ley Seca. Ambas causan estragos allí donde pasan: Lorelei conquista industriales, intelectuales, aristócratas, fiscales del distrito y hasta al mismísimo doctor “Froid”, al que conoce en Viena y que le recomienda cultivar, ya que no tiene ninguna, algunas inhibiciones. Dorothy, siempre con su tendencia a enamorarse de quien no le conviene, y siempre, según su amiga, menos «refinada», será en todo caso capaz de divertir al príncipe de Gales enseñándole unas cuantas palabrotas. Los fabulosos engaños de este memorable par de pícaras se leen, en los pocos momentos en que uno puede parar de reírse, como grandiosas victorias sobre una sociedad que, realmente, no merece otra cosa que ser estafada.
296 páginas impresas
Publicación original
2016
Año de publicación
2016
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Opiniones

  • b0895559638compartió su opiniónhace 8 años
    👍Me gustó

    Aquí me quede

  • lorenamaximoadoniscompartió su opiniónhace 8 años
    🐼Adorable

    Excelente

  • b7812704303compartió su opiniónhace 8 años
    👍Me gustó
    🎯Justo en el blanco
    🚀Adictivo
    🐼Adorable

Citas

  • b7812704303compartió una citahace 8 años
    Pero lo que fue cumbre y remate de todo lo anterior fue que Charlie, en vez de decirle a Dorothy frases dulces, constantemente, como «Oh, muchacha maravillosa...», por ejemplo, empezó a mirarla por encima del hombro, muy sereno, a verla tal como realmente es, y a decirle, por ejemplo:
    –¡Vete a lavar la cara! ¡Te has pintado demasiado!
    Y Dorothy se enamoró

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