Con mucha frecuencia se habla para llenar vacíos, por ejemplo, en un primer encuentro. El silencio crea incomodidad y, en muchos casos, la conversación se convierte en una pugna por tener la palabra, pasando por alto el respeto de los turnos propios de un diálogo correcto. El diálogo, como tal, está constituido por las aportaciones de ambos interlocutores, que han de saber alternar la palabra y, sobre todo, han de saber escuchar. Sólo así el diálogo resulta enriquecedor, estimulante y completo. En caso contrario, se convierte en un monólogo en presencia de otro individuo.