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Libros
Sarah Orne Jewett

La tierra de los abetos puntiagudos

  • Daiyacompartió una citahace 4 años
    Nada tiene que envidiar al placer de la búsqueda del oro la satisfacción que uno experimenta al encontrar la riqueza escondida bajo un buen sembrado de patatas.
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    nos dirigimos mar adentro para doblar el alargado promontorio del cabo que nos había dado cobijo, y cuando miré atrás de nuevo, las islas y el mismo cabo ya eran uno y Dunnet Landing y todas sus costas habían quedado fuera de mi vista
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    pequeño pueblo, con los altos mástiles de sus goletas varadas en la bahía interior, destacó sobre la línea del mar durante algunos minutos y después se volvió a fundir en la uniformidad de la costa y ya no se podía distinguir del resto de aldeas que parecían desgranarse sobre el verde confuso de la pedregosa playa
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    Vi que era el viejo Elijah Tilley y pensé en todo el tiempo en que habíamos sido unos desconocidos hasta que nos convertimos en buenos amigos
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    Justo entonces, mientras contemplaba las praderas, a lo lejos llegué a ver a la señora Todd, caminando despacio por la vereda junto a la playa que llevaba hasta el puerto. A tanta distancia se pueden distinguir las grandes cualidades positivas que conforman un carácter. De cerca, la señora Todd parecía una persona capaz y cariñosa, aunque absorbida por el ajetreo de sus actividades, pero aquella figura en la distancia parecía única y atrayente, tenía algo especial que le daba un extraño aire de seguridad y misterio. De tanto en tanto se detenía para recoger algo, quizá su poleo favorito, y finalmente la perdí de vista mientras cruzaba lentamente un claro en una de las cimas más altas, para desaparecer enseguida detrás de un oscuro grupo de enebros y abetos puntiagudos
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    Al volver a entrar, la casita me pareció muy solitaria y mi habitación estaba tan vacía como el día que llegué. Todas mis pertenencias y yo misma habríamos desaparecido en unas horas y podía imaginar la cara de la señora Todd cuando regresara y descubriera que su inquilina se había ido. Así morimos ante nuestros propios ojos; así vemos algunos capítulos de nuestra vida llegar a su fin natural
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    No podía marcharme de esa manera, así que salí corriendo para decirle adiós, pero al escuchar mis pasos apresurados tras ella, sacudió la cabeza y me hizo un gesto con la mano, sin mirar atrás, y siguió caminando calle abajo
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    Ya me perdonará si no bajo hasta el embarcadero y me quedo hasta que se vaya —me dijo, en un nuevo intento de hacerse la dura—. Es que tengo que ir y preguntar por la señora de Edward Caplin; es su tercer ataque y si mi madre viene el domingo querrá saber cómo está
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    la tranquilidad de una vida sencilla es suficiente encanto para compensar lo que le pueda faltar, y las recompensas de la paz no pueden valorarlas quienes viven en el fragor de la batalla
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    Hubo un tiempo en el que ni siquiera sabía por dónde pasear, y ahora tenía tantas cosas interesantes que hacer como si estuviera en Londres. Me apremiaban mis múltiples compromisos y los días pasaban volando como un puñado de flores arrastradas por la brisa del mar
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