Una de estas panaceas era el remedio indio, que no costaba más de quince centavos. A veces podía oír cómo susurraba instrucciones a sus clientes cuando pasaban bajo la ventana. La mayoría de los remedios permitían que el comprador se fuera de la cocina sin consejos especiales, pues la señora Todd sabía ahorrarse trámites innecesarios, pero sobre algunos daba determinadas advertencias desde la puerta y para otros tenía incluso que acompañar su acción sanadora murmurando largas series de indicaciones hasta llegar a la verja del jardín, con cierto aire de misterio y trascendencia hasta el último momento