l Espíritu Santo realiza en nosotros la obra de nuestra santificación de dos maneras: una, ayudándonos, impulsándonos, dirigiéndonos; pero de tal manera nos impulsa y nos dirige, que nosotros tenemos la dirección de nuestra propia obra. ¿No es nuestra gloria realizar nosotros mismos nuestros propios destinos? ¿No nos ha dado Dios ese don glorioso y terrible de nuestra libertad, por la cual nosotros mismos somos los artífices de nuestra dicha o los forjadores de nuestra desgracia?
Pero hay otra manera de dirigir del Espíritu Santo; hay otra obra que realiza en nosotros, cuando Él personalmente toma la dirección de nuestros actos, cuando ya no solamente nos ilumina con su luz y nos calienta con su fuego y nos marca con sus enseñanzas el camino que debemos seguir, sino que Él mismo se digna mover nuestras facultades e impulsarlas para que realicemos su obra divina.