Sabía que no podían hacer nada bueno, con aquellos rostros macilentos y severos y aquellos ojos enloquecidos que miraban hacia los horribles años pasados. Pero, incluso en mi pavor, sentía una especie de compasión, al menos por la señorita Furnivall. Los que se han hundido en el abismo no pueden tener una mirada más desesperada que la que se veía en sus ojos