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Epistolar

Epistolar
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Escribir cartas es una de esas cosas que dejamos de hacer. Este podcast busca rescatar algo que parece un arcaísmo. Artistas le pondrán la voz y el sentimiento a misivas de distintas épocas y temáticas. En tiempos de tanta inmediatez, Epistolar apuesta por rescatar el valor de la palabra, del contar pausado y del pensamiento. Una idea de Diego Jemio y Tomás Sprei con música original de Leandro Lombardo y José Ferrufino.
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 9 horas
    Elizabeth Taylor fue una estrella de cine casi desde la cuna. Alguien que a los 10 años filmó su primera película y se hizo famosa de una vez y para siempre. Quizá la palabra famosa le quede chica. Era una celebridad planetaria de una belleza hipnótica y una mirada profunda de color violeta. Taylor ganó dos Oscars de la Academia y alguna vez dijo que estaba harta de su belleza y del estrellato de Hollywood. Fue famosa también por sus amores. Se casó ocho veces con siete hombres, lo que la convirtió en pasto de la prensa sensacionalista. Lo hizo dos veces con Richard Burton, a quien conoció filmando “Cleopatra”. Fueron la pareja del momento. Fueron también dos grandes amantes del exceso. Bebían en exceso. Gastaban en exceso. Y, si cabe el término, se amaban en exceso. La relación fue tan intensa que pasó a la historia de Hollywood. Esta carta de amor, escrita en lápiz, es un botón de muestra de ese amor tormentoso. Elizabeth le escribe a Richard, un gran mujeriego, en el décimo aniversario de bodas. Y pocos días antes de una de sus tantas rupturas. Le dice te amo. Le dice te odio. Le dice dame más. Lee la actriz Josefina Bocchino.
    ***
    Mi querido, (mi todavía) marido: Desearía poder hablarte de mi amor por ti, de mi miedo, de mi deleite, de mi puro placer animal por ti (y contigo), de mis celos, de mi orgullo... De mi ira hacia ti, a veces… Sobretodo quiero hablarte de mi amor por ti y el amor que sea que puedas darme. Desearía poder escribir sobre ello, pero sólo puedo hervir y quemarme por dentro y esperar que entiendas lo que realmente siento. En cualquier caso, te deseo. Tu (aún) esposa.
    Liz
    PD: Oh, amor, ¡nunca más nos demos por sentados el uno al otro! ¿Qué te parece? ¡¡10 años!!

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    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 14 días
    Rufino Tamayo fue uno de los artistas mexicanos más trascendentes del siglo XX. Junto con los considerados “Los Tres Grandes”: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Siqueiros. Su obra se destaca por los colores sobrios, por los lienzos sensuales, por la síntesis de sus formas… Un virtuoso en técnicas clásicas y un gran innovador, principalmente en el arte de la estampa. Fue también un artista que de forma consecuente promovió discursos de humanidad y de libertad. En este episodio elegimos dos cartas dirigidas a Olga, su compañera durante 57 años y a quien pintó en numerosos retratos. La primera carta es, casi, una oda a esa libertad, con postales de su infancia y del descubrimiento de la pasión por el arte. Y la segunda es casi un adiós a su pareja, cuando tenía 92 años. Lo hace con una frase bellísima: “Adonde me lleve la historia quiero estar a tu lado”, le dice. Lee el actor Enrique Cueva.
    *
    New York 1927
    Olga mía, una vez dije que mi gran tesoro siempre estuvo retratado en cada cuadro. ¿Dónde?,me preguntaban asombrados, sin darse cuenta de que hablaba del gran sentido de libertad que me llevó a pintarlos. No sé si la palabra “libertad” signifique lo mismo para todos. Yo la veo como a un par de alas con las que puedo despegar al infinito. Las tuve desde siempre y estuvieron ahí para auparme en los peñascos de los que estaban a punto de caer. Recuerdo, por ejemplo, cuando nos mudamos con tía Amalia a la
    capital. Nunca antes había visto una ciudad tan grande, un cielo lacrimoso bajo el cual miles de personas iban y venían de todas partes. Me tocó vencer el gris con el que nos tiñe el miedo y caminar de la mano de la tía las cuadras que separaban el paradero de camiones de la casa. Tampoco le di oportunidad al miedo cuando trabajé en el mercado. Tía Amalia tenía un puesto de frutas en el que yo hacía los mandados, cuidaba, vendía. Todo un administrador, figúrate. Eso hasta los 17 años, porque entonces se me metió en la cabeza esta ola de hacerme pintor. ¿De dónde la habré sacado, mi Olga? Lo cierto es que ese deseo no llegó solo: lo acompañaba una terquedad invencible. Nada pudo detenerme en mi intento por crear. Sí, es cierto, había más de un profesor en la Escuela de Bellas Artes de
    San Carlos que me decía que mi trabajo era premonitorio. ¿En verdad?, preguntaba emocionado; “sí”, decían, premonitorio del fracaso. No les hice caso y cuando se pusieron más valerosos los dejé dentro de sus paredes. Renunciar a la Escuela no fue tan malo. Afuera, supe el valor de la disciplina propia para alcanzar las cosas que uno anhela. Levantarme temprano, leer hasta el mediodía, dibujar y pintar hasta que los ojos me ardieran como brasas, era parte de la
    rutina. Lo juro, mi Olga, así fueron apareciendo los primeros cuadros como milagros. Me dormía cansado en el taller y al amanecer la luz del nuevo día los desvestía para mostrármelos: formas, grietas, planicies, rostros que no tenían nada que ver con la realidad pero que en su deformación eran los rostros que había guardado en el alma. Creo que en alguna ocasión te lo conté, ahora mi recuerdo es un poco disperso por el calor que inunda la habitación, por eso me disculparás si vuelvo a inquietarte con esto: cuando me mudé a mi
    primer taller yo sentí un mal presagio. No podía creerlo, hasta en las cosas más mínimas me perseguía mi fantasma oaxaqueño: la ventana de aquel taller daba a una calle llamada “De la Soledad”. Cuando uno nace para maceta, decía mi madre, no sale del corredor.
    México D.F. 1990
    Olga, tendido en esta cama no dejo de pensar en la paciencia. El tiempo que ahora me falta transcurre al otro lado de la ventana y lo veo alejarse con la resistencia de mi aliento. ¿Qué he tenido que aprender en estos 92 años? Adonde me lleve la historia quiero estar a tu lado. Se me ocurre, por ejemplo, descansar en un nicho ubicado en el museo que ambos fundamos, en la estela de una estrella, en el canto de un pájaro. En alguno de esos espacios que siendo eternos también son campos santos.
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarel mes pasado
    ¿Qué tienen en común Los Beatles, John F. Kennedy e Indira Gandhi? No es fácil acertar. Todos fueron influenciados por las palabras del poeta libanés Khalil Gibrán. El hombre murió en 1931, pero aún hoy es considerado en su país como un héroe literario. Su libro “El profeta” apareció en 1923 y, desde entonces, nunca
    dejó de publicarse. Fue traducido a 50 idiomas y es uno de esos libros llenos de sabiduría, capaz de hablarnos sobre cuestiones fundamentales de la vida. Esos libros que se pueden regalar a un amor, con motivo de un nacimiento o a una persona que perdió a un ser querido. En Occidente se lo tildó de simplista, de inocente, de carente de sustancia... Pero Gibrán es uno de esos escritores inoxidables. Alguien que ofrecía en sus escritos un espiritualismo universal sin dogma. Quizá en contraposición a la ortodoxia religiosa. Como una pequeña muestra de esa escritura, acá va una carta de Gibrán a su amiga y mecenas Mary Haskell. Lee el actor y locutor Galo Balcázar.
    ***
    Para vivir es necesario coraje. Tanto la semilla intacta como la que rompe su cáscara tienen las mismas propiedades. Sin embargo, sólo la que rompe su cáscara es capaz de lanzarse a la aventura de la vida. Esta aventura requiere una única osadía: descubrir que no se puede vivir a través de la experiencia de los otros, y estar dispuesto a entregarse. No se puede tener los ojos de uno, los oídos de otro, para saber de antemano lo que va a ocurrir; cada existencia es diferente de la otra. No importa lo que me espera, yo deseo estar con el corazón abierto para recibir. Que yo no tenga miedo de poner mi brazo en el hombro de alguien, hasta que me lo corten. Que yo no tema hacer algo que nadie hizo antes. Déjenme ser tonto hoy, porque la tontería es todo lo que tengo para dar esta mañana; me pueden reprender por eso, pero no
    tiene importancia. Mañana, quién sabe, yo seré menos tonto. Cuando dos personas se encuentran, deben ser como dos lirios acuáticos, que se abren de lado a lado cada una mostrando su corazón dorado, y reflejando el lago, las nubes y los cielos. No logro entender por qué
    un encuentro genera siempre lo contrario de esto: Corazones cerrados y temor a los sufrimientos. Cada vez que estamos juntos, conversamos durante varias horas seguidas. Si pretendemos pasar juntos todo ese tiempo, es importante no tratar de esconder nada… y mantener los pétalos bien abiertos.
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarel mes pasado
    Marina Tsvetáyeva fue una de las grandes figuras de la literatura rusa del siglo XX. Vivió las revoluciones de 1905 y 1917 y también la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Fue una escritora con una voz particularísima. Autora de poemas en los que se escucha el sentido más profundo del texto, su música, su ritmo, sus armónicos. La
    traemos hoy a Epistolar no sólo porque nos gusta sino también porque es la autora de una de las definiciones más bellas sobre qué es una carta. Acá va: “Una carta -dice ella- es una forma de comunicación fuera de este mundo, menos perfecta que el sueño, pero sujeta a sus mismas leyes. Ni la carta ni el sueño se dan por encargo: se sueña y se escribe no cuando nosotros queremos, sino
    cuando ellos quieren: la carta ser escrita y el sueño ser soñado." Otro botón de muestra de esa maravillosa escritura es esta carta de amor sensual y absoluto, pero que con el tiempo fue fugaz e infructuoso. Lee la actriz Teresa Marcos.
    ***
    Mi Arlequín, mi Aventurero, mi Noche, mi felicidad, mi pasión. Ahora me acostaré y te acercaré a mí. Para empezar lo haré de este modo: mi cabeza sobre tu hombro, dirás algo, te reirás. Tomo tu mano y la acerco a mis labios — la quitas — no la quitas — tus labios en los míos, el contacto profundo, la penetración — la risa calla, las palabras no existen — más cerca, más profundo, más caliente y más tierno — y ya es insoportable el placer que
    con tanta hermosura y habilidad prolongas. Lee y recuerda. Cierra los ojos y recuerda. Tu mano sobre mi pecho, —recuerda. El contacto de tus labios y mi pecho. Amigo, soy toda tuya.
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 2 meses
    He tomado 18 whiskies seguidos y creo que es un récord. Dicen que dijo eso antes de perder la consciencia y morir en un hospital de Nueva York. Dylan Thomas fue un poeta que encarnaba a la perfección el imaginario de lo bohemio, de los excesos -en su caso al alcohol- y, por supuesto, de la vida breve pero intensa. Murió a los 39 años. Además de un poeta extraordinario e inclasificable, el galés también fue una figura muy popular, alguien tan famoso y convocante como una estrella de rock. Era conocido por su vozarrón y por sus recitales poéticos, que marcaban récords de audiencia en la BBC. Tan famoso era que Los Beatles decidieron incluirlo en la tapa de Sargent Peppers. Pero esta carta no forma parte de esos años de velocidad y destrucción sino todo lo contrario. A finales de la década del 40, Thomas logró el apoyo de una mecenas llamada Margaret Taylor, una mujer adinerada y admiradora de su obra. Ella le pasó alojamiento para él y su familia y un salario para que se dedicara sólo a escribir. En esta carta, Dylan Thomas dice, simplemente, gracias. Dice que llegó el momento del sosiego. Y que quiere vivir la vida. Lee el actor de doblaje y locutor David Astorga.
    ***
    Primavera de 1949
    Mi querida Margaret: Debería haber escrito. Tenía intención de hacerlo cada día. Estaba deseando escribirle pero lo iba postergando. Claro, esas campanas están rotas desde hace tiempo. Suenan a tachos de basura. Pero la verdad es que cada día desde que llegué a este lugar que amo y donde quiero vivir y donde puedo trabajar y donde he empezado a trabajar ya (en lo mío), le he estado diciendo a mi despreciable persona: Debes escribir a Margaret enseguida para decirle que esto es: el lugar, la casa, el cuarto de trabajo, el momento. Nunca podré agradecerle lo suficiente el haber hecho posible este nuevo comienzo con toda la confianza que ha puesto en mí, por todos los dones que me ha hecho, por todo su trabajo y preocupación frente a mi vil y desagradecida conducta. Sé que la única manera de demostrarle mi profunda gratitud es ser feliz y escribir. Acá estoy feliz y escribiendo. Todo lo que escriba en este cuarto de agua y árboles sobre los peñascos, cada una de mis palabras serán mis gracias a usted. Espero por Dios que lo que escriba sea lo bastante bueno. Le enviaré todo lo que
    escribo y también cartas comunes llenas de árboles y aguas y chismes y nada de noticias. Esta no es de ese tipo de carta. Es solo la expresión de la mayor gratitud del mundo. Usted me ha dado una vida y ahora voy a vivirla.
    Dylan
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 2 meses
    Señores y señoras, cartas de una leyenda. De un ícono, de una estrella en el sentido más cabal y menos frívolo del término. De una mujer de convicciones fuertes, que se negó a ser solo una cara bonita -bellísima por cierto- y se convirtió en una de las grandes actrices de la historia del cine mundial. Me refiero a Ingrid Bergman. Huérfana a una edad muy temprana, la sueca comenzó a actuar para vencer su traumática timidez. Y vaya si lo logró. Terminó ganando tres premios Oscar y protagonizando películas icónicas como “Casablanca”, “Te querré siempre” y “Por quién doblas las campanas”, además de ser una de las musas de Alfred Hitchcock. “El
    mundo venera la originalidad”, era una de sus máximas, que intentó cumplir hasta el día de su muerte. En su vida privada, si es que puede existir tal cosa en una figura tan pública, intentó huir de los estereotipos. De fiel esposa, de buena madre y de mujer intachable. Este episodio contiene dos cartas suyas. Una de amor y otra de desamor. La primera es de amor, de ilusión y va dirigida a Petter Lindstrom, su primer esposo, a pocos días de la boda. Por cierto, un casamiento que terminó en escándalo porque ella se enamoró del director de cine Roberto Rosellini. La segunda carta va dirigida a Rosellini y está plagada de los sinsabores que también tuvo ese vínculo. Lee la actriz y cineasta Alejandra Reyes.
    *
    Amor mío, único, espléndido y maravilloso: sería admirable que estuvieras en mi camerino y yo pudiera sentarme en tu regazo. Sin ti todo resulta insulso. Han de transcurrir cinco horas para que nos veamos y once días para que nos casemos. ¡El tiempo no pasa! ¿Cómo lo soporto? ¡Ojalá pudiera besarte uná y mil veces! Jamás me abandonarás, ¿verdad? Yo jamás me separaré de tí. Quiero estar contigo siempre, siempre, siempre. Faltan únicamente once días para nuestro enlace. Tengo que reunirme ahora con los fotógrafos, pero no dejaré de pensar en ti. ¡Qué atractivo eres! ¡Qué superior a los demás hombres! Estoy loca por ti. No puedo contenerme. Dentro de cinco horas y once días, seré tuya... Tuya...
    Ingrid
    *
    Telefoneé diez veces diarias como una tonta. Me gusta pasar las noches en blanco en conversación, como a usted. ¿Dónde parará la libertad de que hablo, si debo estar todas las noches en casa a las dos? También es una tontería telefonear a un hotel que se halla en íntimo contacto con la prensa. Descubrí a mi regreso de las montañas que se ha escrito demasiado sobre nosotros. Y en la ciudad se dice que mi matrimonio ha fracasado y que de ahora en adelante usted hará todas mis películas. Se rumora que le seguí a Nueva York: un nuevo triángulo
    dramático ha surgido en Hollywood. Y así, por el estilo, se expresa la prensa sensacionalista. Como ello me apena, no quiero echar más leña al fuego con conferencias telefónicas cotidianas. Entiéndame y ayúdeme. No tuve tiempo para despedirme de la gente y ponerme sentimental, por lo menos, hasta que vi a Peter en el aeropuerto, solitario y silencioso. Una vez más advertí mi egoísmo, y ahora, mientras estoy aquí, no hago más sino ir al teatro y esperar, una vez más. Todo
    el mundo me pregunta qué hay entre nosotros dos. Por eso, me encerré en mi habitación a contemplar su fotografía. Aún lo sigo haciendo.
    Ingrid
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 3 meses
    AAco. La primera A por Alejandro. “Aco” es el apócope de su apellido, Acobino. Y apodo con el que lo identificaron sus amigos del colegio y colegas de teatro. Así firmaba sus cartas Alejandro Acobino, un actor, director y un dramaturgo extraordinario que dio el teatro de Buenos Aires. Cuando se fue, de forma temprana, dejó cinco
    obras: Enobarbo, Continente Viril, Rodando, Hernanito y Absentha. Y otras tantas inconclusas. Dejó también una poética potente, de una escritura magistral y llena de personajes que se pierden en una obsesión. Creo -lo digo humildemente después de haber visto sus obras varias veces- que aún no logramos ver del todo la dimensión
    de su legado. Una dimensión increíblemente lúcida de un teatro atroz, trágico y grotesco. Acobino fue, además, un gran escritor de cartas. Le encantaba escribirlas y hablar por téléfono. Esta carta fue extraída del libro “AAco. Alejandro Acobino: cartas, ensayos y homenajes”, editado por el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Es
    una cuidada y amorosa edición de su hermana Gabriela, que encontró muchísimos escritos en su computadora. Acá le escribe a una tal Sandy. No sabemos quién fue (Gabriela, su hermana, tampoco), pero importa poco. Alejandro le responde a esta mujer, quizá una periodista, que le había preguntado qué es para él el arte y por
    qué hace arte. Acá va entonces un pequeño homenaje de Epistolar a Alejandro Acobino por tantas horas disfrutando de su maravillosa obra. Lee el actor y amigo de Acobino, Germán Rodríguez.
    ***
    Estimada Sandy: Lamento la tardanza pero me olvidé completamente. Encontré tu mail de casualidad y te respondo. Espero que no sea tarde. No me resulta fácil contestarte lo que me pedís. La razón principal por la que hago arte es porque amo el arte. Tengo mis valores éticos y procuro ser consecuente con ellos como cualquiera que busca ser consecuente con sus valores. Tengo también mis valores ideológicos y por qué no confesarlo filosóficos… Pero a la hora de escribir y dirigir lo estético lo supedita todo... Creo en la autonomía de la estética respecto a los demás valores humanos... Acá me acerco más a Harold Bloom que a John Berger, aunque
    ideológicamente estoy más cerca de Berger (un progresista), filosóficamente me parezco más a Bloom
    (acusado de conservador). Del público: Yo vengo del público. Yo crecí en la época de la “primavera democrática” cuando salimos de la dictadura. La ciudad era un hervidero de teatritos, varietés, conciertos gratis,
    óperas… Yo me fui formando en ese mundo. Tras un intento frustrado de ser químico volví al teatro… Mi motor es la fascinación por el arte primero. ¿Por qué el teatro no
    es algo tan simple de explicar? Es decir mi mayor relación con el público es que del público vengo. Y hago teatro para que exista el teatro que querría ver... Y si no tengo mayor reflexión es porque gasto la mayor parte de mi tiempo reflexionando sobre los problemas estéticos que me planteo.
    AAco
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 3 meses
    Hermann Hesse fue uno de los autores alemanes más leídos del siglo XX. Escribió novelas, cuentos, poesías, meditaciones y hasta una ópera. Fue perseguido por la Gestapo, que quemaba sus libros en las plazas de Berlín. Y recibió el Premio Nobel de Literatura en 1946. Fue, además de todo eso, un autor popular e influyente. Y de una copiosa correspondencia. Dicen algunos biógrafos que hay registros de, al menos, 35 mil respuestas a cartas de lectores. Ésta es una de las cartas, dirigida a la poeta alemana Renata Schweitzer. Es un texto lleno de ánimo para alguien que está sufriendo. Si una carta es una conversación entre dos ausentes, acá se convierte en una
    charla con abrazo incluido. Lee la actriz de la Comedia Nacional de Montevideo Florencia Zabaleta.
    ***
    Montagnola, diciembre de 1954
    Querida Renata Schweitzer: Me daba lástima quemar sus poesías, pero su deseo está cumplido. Las dos están quemadas. Entre tanto, habrá recibido, sin duda, aquellas pocas líneas que le he escrito en contestación a su
    primera desesperada carta. He pensado dos días en usted, antes de encontrar las palabras convenientes. Porque no quería ni juzgar sus lágrimas, ni acariciarle la cabeza, pero sí decirle algo que fuera, dentro de lo posible, sincero. No deseo en absoluto irrumpir en un dolor vivo. Casi ya no puedo escribir más cartas. Con mi debilidad que aumenta diariamente, ya me resulta bastante molesto tener que leer lo que me traen cada día... Pero ahora tengo que decirle una cosa: posee usted demasiado talento y, posiblemente, es demasiado sutil, para tener derecho a entregarse
    al tormento como una criatura cualquiera de la naturaleza. Me gustaría que de cuanto usted ha sufrido surgiera tanta idea y tanto fervor en lo verdadero y real que su vida se convirtiera, si no en feliz, al menos en más rica y profunda de lo que era antes. Me resulta tan difícil encontrar palabras como a mis ojos y mis dedos les resulta difícil escribirlas. ¡Conténtese con eso! Suyo
    Hermann Hesse
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 4 meses
    No voy a intentar en estas líneas contar quién fue María Félix. Mejor dicho, otros lo harán por mí. Otros usarán palabras mejores que las mías para definir a la gran diva del cine mexicano. El pintor Diego Rivera, alguna vez, dijo de ella: “María Félix es un ser monstruosamente perfecto. Es un ser ejemplar que impele al resto de los seres humanos a esforzarse a ser como ella”. Luego de entrevistarla, la escritora Elena Poniatowska la definió así:
    “Camina como las fieras, desplazando a su derredor ondas
    misteriosas”. El poeta y dramaturgo Jean Cocteau se rindió ante sus pies: “María, esa mujer tan hermosa que hace daño”. La Doña o María Bonita, como la llaman en México, se casó en cinco ocasiones. Y fue una referente de la mujer libre e independiente. Sus personajes eran mujeres invariablemente fuertes, determinadas y dueñas de su destino. El episodio de hoy no tiene cartas a ninguno de sus maridos. María vivió un romance secreto con el piloto de avión colombiano Gonzalo Fajardo. La familia de Fajardo conservó durante años las tarjetas, fotos y telegramas que se mandaron los amantes. Acá va una selección de siete misivas de María Félix a su amor oculto. Escribe ella. Habla La Gran Diva. Lee la actriz Cecilia Ramírez Romo.
    ***
    Mi amor querido, muy pronto, no soporto esta soledad. Te quiero a ti, te quiero nada más que a ti, Gato. Mi Gato con alas, qué se hace, tengo que empezar a trabajar y no tengo el menor deseo, y voy a estar fuera de México por varias semanas. Bueno, mi adorado Gato, Gatito, Felino Gonzalo, cómo te digo para explicarte que esta horrible soledad. La Caperuza tuya
    *
    No estoy segura de que exista una mujer que ame a un hombre y un hombre que ame a una mujer. Ese hombre eres tú y esa mujer soy yo. Tu Caperuza María Félix
    *
    La Caperuza aullando por un gato con alas, imposible comunicarme con el animalito, ella lo ama a él más que nadie en el mundo, la Caperuza. Sueño volver a verte, me haces una falta horrible, contéstame, Hotel Palace, te adora a morir, tu Caperuza.
    *
    Hoy salimos a Costa Rica, Gran Hotel, aviso de llegada. Te extraño y te amo más que nunca, Caperuza
    *
    Gato con alas volando bajito, buenas noches que la Virgen te cuide. Te adora tu Caperuza
    *
    Gatito mi corazón, con corazón de pollo. Te mando mi virgen de Guadalupe, está bendita, ya póntela y que ella te bendiga siempre
    *
    Mi adoración, no te olvides que contigo en lo mejor y en lo peor, tu caperuza que te ama, María
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 4 meses
    En el mundo del teatro argentino -y probablemente latinoamericano también- ella es una institución. Algunos la llaman, simplemente, “La Gambaro”. Figura icónica de la cultura argentina, Griselda Gambaro escribió medio centenar de piezas teatrales, además de una extensa obra de narrativa, poética y ensayística. En su teatro, siempre fue muy fuerte la presencia de las mujeres. Y algunas de sus obras resultaron emblemáticas, como “La malasangre”, “La señora Macbeth” y “Antígona furiosa”. Figuró en las listas negras elaboradas por la dictadura en Argentina y se exilió en Barcelona entre 1977 y 1980. Algunos años después de su llegada al país, Raúl Alfonsin habló sobre la democracia y dijo: “Si fuéramos los maricones de esta etapa argentina, de ninguna manera llegaríamos a la solución que estamos esperando”. Una revista cultural de la época, llamada “Talita”, reprodujo ese discurso. Y de alguna forma lo avaló en un artículo que hablaba sobre la cultura y la democracia. Gambaro les contestó con esta carta, que es un apenas un botón de muestra de la profunda lucidez, que aún hoy conserva a sus 95 años. Lee la actriz Elisa Carricajo.
    *****
    Buenos Aires, 20 de enero de 1983.
    Señores
    Guillermo Lombardía y Carlos Vallina
    Revista
    Talita
    Estimados amigos, cuando leí la frase de Alfonsín, “si fuéramos los maricones de esta etapa argentina, de ninguna marea llegaríamos a la solución que estamos esperando”, me pareció la frase más desdichada que un político con posibilidad de gobernarlos pueda pronunciar. Porque las palabras y su inserción en el discurso político son muy reveladoras. Usar maricones como sinónimo de cobardes, de irresolutos, de malamente comprometidos, denota un pensamiento reaccionario que esa misma sociedad que se pretende cambiar nos inculcó para su propia conveniencia de tener sectores marginados, incluso en el plano de la moral, para sus propios intereses, como en otras sociedades fueron y son los judíos y los negros. Creer que los heterosexuales son superiores a los homosexuales y que la homosexualidad es una enfermedad, un estigma, y supone determinados valores de conducta es no solo esquemático, sino totalitario. Entonces, si la frase de Alfonsín es muy desdichada y doblemente desdichada para un político, que ustedes la repitan dentro de su hermosa nota que es “Cultura y democracia”, anula lo que dicen, ya que en esa nota se habla precisamente de “los culposos de las clases medias que buscan la ‘verdadera cultura’ en la marginalidad, la degradación o la ignorancia”. Usar por sí mismo el mote “maricones” peyorativamente para decir los hombres de la cultura seríamos maricones si solo la esperáramos, es seguir instaurando una cultura en la marginalidad, la degradación o la ignorancia. Si hubo en ustedes una intención de remedio irónico, igualmente me parece equivocada, porque no se hace evidente y el resultado es lo que me permito señalarles. Si disponen de espacio, yo les agradecería publicar esta carta porque me siento parte de Talita y Talita debe aclarar y no confundir.
    Afectuosamente
    Griselda
    Gambaro
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 5 meses
    Anthony Bourdain fue alguien exitoso. Alguien que consiguió todo lo que un profesional de la cocina puede soñar: fama de rockstar, reconocimiento, premios… Todo. Cuando eso sucedió, cuando se sintió repleto, se retiró de los fogonos y se volcó a la escritura y a la televisión. Allí fue un éxito también. A través de sus programas, conocimos los mejores lugares para comer en el mundo, desde restaurantes con tres estrellas Michelin en París hasta puestos callejeros maravillosos en Saigon. Alguien capaz de detallar todos los aspectos oscuros de la industria de los restaurantes. Era un viajero curioso, preocupado por exaltar el valor de la cultura culinaria de cada país. En sus primeros años, en los restaurantes de Nueva York, tuvo muchos compañeros mexicanos. Y luego fue jefe de otros tantos. Con el tiempo, se hizo un fanático de la comida de ese país, de su sabor, de su complejidad y de su variedad. Y siempre que podía decía los estadounidenses -él nació en Nueva York- no saben una mierda de lo que se come en México. Fruto de esa pasión, Bourdain escribió esta carta de amor a la cocina mexicana. Un texto lleno del sabor de sus tacos, enchiladas y pozoles. Lee el cocinero Juan Braceli.
    **
    Los estadounidenses aman la comida mexicana. Consumimos grandes cantidades de nachos, tacos, burritos, tortas, enchiladas, tamales y todo lo que parezca mexicano. Nos encantan las bebidas mexicanas y tomamos enormes cantidades de tequila, mezcal y cerveza mexicana cada año. Nos encantan los mexicanos, ciertamente empleamos a enormes cantidades de ellos. A
    pesar de nuestras actitudes ridículamente hipócritas hacia la inmigración, exigimos que los mexicanos cocinen un gran porcentaje de los alimentos que comemos, que cultiven los ingredientes que necesitamos para hacer esa comida, que limpien nuestras casas, corten nuestro césped, laven nuestros platos, cuiden a nuestros hijos. Como cualquier chef les dirá, toda nuestra industria de servicios -el negocio de los restaurantes tal como lo conocemos- colapsaría de la noche a la mañana en la mayoría de las ciudades estadounidenses sin trabajadores mexicanos. A algunos, por supuesto, les gusta afirmar que los mexicanos están "robando empleos estadounidenses". Pero en dos décadas como chef y empleador nunca me pasó que un chico estadounidense entrara por mi puerta y solicitara un puesto de lavaplatos, de portero o incluso un trabajo como cocinero de comida precocinada. Los mexicanos hacen gran parte del trabajo en este país que los estadounidenses, de manera demostrable, simplemente no harán. México. Nuestro hermano de otra madre. Un país con el cual, queramos o no, estamos inexorablemente comprometidos en un cercano, aunque
    frecuentemente incómodo, abrazo. Míralo. Es hermoso. Tiene algunas de las playas más deslumbrantemente bellas del mundo. Montañas, desiertos, selvas. Una bella arquitectura colonial y una trágica, elegante, violenta, absurda, heroica, lamentable y descorazonadora historia. Las zonas vinícolas de México compiten con la Toscana en hermosura. Sus sitios arqueológicos, los restos de grandes imperios, sin paralelo en ninguna parte. Y, por mucho que pensemos que la conocemos y amamos, apenas hemos rasguñado la superficie de lo que realmente es la comida mexicana. NO es queso derretido sobre una tortilla. No es simple ni fácil. Una verdadera salsa de mole, por ejemplo, puede requerir DÍAS para hacer, un balance de ingredientes frescos (siempre frescos), meticulosamente preparados a mano. Podría ser, debería ser, una de
    las cocinas más excitantes del planeta. Si prestamos atención. Las antiguas escuelas de cocina de Oaxaca hacen algunas de las salsas más difíciles y con más matices de la gastronomía. (...) Cada vez, miramos alrededor y destacamos por centésima vez, qué lugar extraordinario es este.
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 5 meses
    Si sos de un país de habla hispana -lo que es probable si escuchás este podcast-, seguro que estos nombres te remiten a tu infancia. Y seguro también que te harán sonreír: El Chavo del Ocho, el Chapulín Colorado, el Chómpiras, el Doctor Chapatín… La lista puede seguir. Estamos hablando, claro, de Roberto Gómez Bolaños, conocido por todos como “Chespirito”. El comediante, guionista y director mexicano fue uno de los íconos del humor en hispanoamérica. Alguien capaz de hacer reír a chicos y grandes por igual. Hacerlo una y otra vez a lo largo de varias generaciones, que fueron viendo las
    repeticiones de sus programas en televisión. En fin, un hombre de la televisión y el cine. Y un tipo de éxito. En esta carta, Gómez Bolaños se pone serio para hablar de la otra cara de la moneda, de cuando las cosas no salen bien. El actor mexicano Eugenio Derbez había hecho una telenovela llamada “No tengo madre”, a la que le fue mal. El canal decidió sacarla del aire muy pronto y Derbez, que daba sus primeros pasos, cayó en un pozo depresivo. El creador de “El chapulín colorado” se enteró de eso y le
    escribió esta preciosa carta, llena de motivación y de consejos sobre el futuro, la creatividad y lo que significa hacer arte. Lee el actor Fernando Bersoza.
    ***
    Estimado Eugenio: Por diversas razones, principalmente de trabajo, tuve muy pocas oportunidades para ver. Sin embargo, a lo poco que vi, le añado comentarios al respecto de mi hijo Roberto por ejemplo y artículos periodísticos alusivos a tu obra. De modo que la suma
    refleja un saldo francamente positivo. No obstante he leído que a raíz de que la telenovela salió del aire tú te has sentido deprimido. Y eso no se vale. Pero no vayas a
    pensar que estas líneas constituyen algo así como mi más sentido pésame. No. Lo que te quiero decir es que, en mi opinión, hiciste algo sumamente valioso: intentar algo nuevo, algo diferente. Quien no tiene valor para hacer esto, que se quede en ese vasto terreno de la mediocridad en el que están cómodamente sentados todos aquellos que ya han renunciado a la trascendencia. Por otra parte, yo no sé si si tu telenovela fue un fracaso. O, para
    decirlo de mejor manera, no sé si fue considerada como un fracaso. De cualquier modo déjame recordarte algo. En cierta ocasión, se estrenó una ópera que fue repudiada por la crítica y por el público. Se reestreno después y sucedió lo mismo. Pero hubo un tercer intento y esta vez fue un éxito grandioso como lo sigue siendo hasta la fecha. Pues la ópera en cuestión era La Traviata. ¿Qué significa esto? Algo muy simple: el público también suele
    fracasar. Para concluir te diré algo que he repetido en innumerables ocasiones. No existe la fórmula del éxito, pero existen en cambio muchas fórmulas del fracaso. Y la mejor de éstas es tratar de halagar a todo mundo. Quien intenta satisfacer el gusto de todos termina por obtener el disgusto de todos. Por tanto no hagas concesiones. Haz únicamente aquello que a ti te satisfaga y ten fe en que tu elección será compartida por muchos. A los que no les guste que cambien de canal. O que vayan a otro teatro o a otro cine. Y en esto de no hacer concesiones la primera
    que se debe evitar es la absurda búsqueda del rating. Que este determina desgraciadamente la permanencia de nuestros programas, bueno digamos que sí. Pero el rating debe ser siempre una consecuencia y jamás un objetivo. Independientemente de que en algunas ocasiones -no siempre por fortuna- el famoso rating va íntimamente ligado a lo sucio a lo vergonzoso y a todas las demás expresiones de la parte negativa del ser humano. En resumen intenta lo que para ti sea valioso y verás que como, ya lo has comprobado, en más de una ocasión transitará por el sendero del éxito. Recibe un abrazo de tu amigo
    Roberto Gómez Bolaños
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 6 meses
    Pensá en alguien muy famoso. De ahora o de antes. No sé. Beyoncé, Lady Gaga, Madonna, Marilin Monroe… Quien sea. Mucho antes que ellas, hubo una artista que marcó el camino para que exista eso que luego llamamos celebridad. Ella fue la actriz francesa Sarah Bernhardt. En su época, finales del siglo XIX y comienzos del XX, fue una estrella global cuando no existía tal cosa y cuando el cine aún no se había inventado. La llamaban “La divina”. Protagonizó muchas de las obras teatrales francesas más clásicas y las más populares. Llenó salas. Hizo giras por toda Europa, Reino Unido, Estados Unidos y hasta la lejana
    América Latina. Además de su talento como actriz, era una adelantada en las técnicas para promover su imagen y
    marca personal. Por ejemplo, dormía en un ataúd y lo llevaba a todos lados con ella. Fue también un ícono de la moda y una mujer liberada. Pensá un poco en esa época y
    en lo valiente que fue. Ella actuaba vestida de hombre, tenía múltiples amantes, algunos de ellos insignes, como un príncipe belga, con el que tuvo un hijo. En esta carta, Sarah le escribe a uno de sus amantes con palabras cargadas de intimidad y de erotismo. Acá habla la vedette francesa más famosa de todos los tiempos. Acá una mujer vanguardista. Lee la actriz y directora Victoria Angeli.

    Febrero de 1873

    No estoy bien, Jean, amigo
    mío, pero nada bien. No me atrevo a llevarte este pequeño ser
    enfermo. Por tanto, te mando solamente mi corazón, mi alma, mis
    besos de amor, de ternura.
    Debes saber, mi dulce señor,
    que pienso en ti sin cesar, que no sueño más que contigo, que mi
    solo y único deseo es pertencerte sin nada que pueda hacerte fruncir
    el ceño.
    ¿Ser tu amante, tu ser,
    pertenecerte? ¿Sabes que todo aquello que evoca tu recuerdo me hace
    estremecer mi corazón? ¿Sabes que te amo ardientemente con todas
    las fuerzas de mi alma, con todos los lamentos y las lágrimas de mi
    triste pasado?
    Me gustaría retomar mi vida,
    mis besos, todas esas sensaciones idiotas; desearía que mi espíritu
    fuese tan virgen como era mi corazón cuando me enamoré de ti.
    En definitiva, debes saber que
    te amo, esa es la verdad, tan grande como el amor.
    Mis labios desean buenas
    noches a los tuyos y luego, ¡escucha lo que dicen todavía esos
    parlanchines!

    Sarah Bernhardt
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 6 meses
    Se llamaba Jorge Mario Varlotta Levrero. Firmaba sus cartas sólo con la letra J. Pero tomó el apellido materno y se hizo conocido como Mario Levrero. Decir que el uruguayo fue escritor es no sólo impreciso sino también injusto. Además de eso, fue fotógrafo, librero, guionista, dibujante de cómics, columnista, humorista, creador de crucigramas y juegos de ingenio. Entre 1987 y 1989, Levrero vivió en Buenos Aires, donde trabajaba en una revista de crucigramas. En esos años, tuvo una relación con Alicia Hoppe, quien fue primero su psiquiatra y después su enamorada. Parte de ese intercambio epistolar fue publicado en el precioso libro “Cartas a la princesa”. Esas cartas navegan por todo el proceso del cortejo y del vínculo, desde los encuentros íntimos a la posibilidad de una vida conyugal. En este episodio, grabamos una en la que Levrero se disculpa, le dice que fue una bestia, le dice que la ama y pinta un cuadro lleno de erotismo que sólo un maestro de la narración puede escribir. Acá va una carta que cruza el charco. Acá un Levrero en carne viva. Lee el actor Sebastián Serantes.
    ***
    30.9.87. 8.45 de la mañana
    Amadísima, me siento cada vez más avergonzado por haberte tratado tan mal, con tal prepotencia. Al rato de tu llamada de ayer, fue recién que me empezó a invadir la tranquilidad, y cuanto más tranquilo estoy más vergüenza me da haber actuado como lo hice. Espero que puedas comprender y disculpar o que, en todo caso, si decidís tomarte venganza, lo hagas de un modo artístico, o sea erótico. Por ejemplo, uno de los más terribles castigos para mí es que me muerdan suavemente un hombro. Bueno; iba a seguir pero siento que no es conveniente; es posible que si continúo pierda el estado de tranquilidad que estoy tratando de conservar. Pero lo que quiero decirte es que te comprendo, comprendo tus dificultades y azoramientos, y comprendo que he sido una bestia implacable. Tomate tu tiempo. Puedo esperar. No por eso te amo menos; muy por el contrario; sólo que estuve muy, muy, muy loco. Ahora estoy apenas muy, muy loco. Mañana espero estar solamente muy loco; y basta, porque ése es mi estado normal. Perdoname, pues, mi ángel de
    tacos resonantes, y pongamos las cosas en su sitio: como siempre, usted manda, yo obedezco (a propósito: ¿cómo hiciste para conseguir que me bañara todos los días? Fue, al parecer, una simple sugerencia, que tal vez hayas olvidado, dicha al pasar. Hasta ahora, nadie lo había conseguido. Y lo peor es que me gusta). Y si en algo no obedezco, espero que me castigues del modo antedicho o bien azotándome fuertemente la espalda con tus cabellos. (La vergüenza me ha vuelto terriblemente masoquista). Besa tus botas, tu humilladísímo esclavo
    J
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 6 meses
    Si hago el ejercicio de definir a Paulina Luisi con una sola palabra -sólo con una- esa sería pionera. La argentina, que vivió casi toda su vida en Uruguay, fue la primera mujer que obtuvo un título universitario, la primera cirujana del país y la feminista que organizó al movimiento clave para que se aprobara el derecho al voto de las mujeres en 1932. Ella cumplió un rol clave en los debates y en las acciones para conquistar ese derecho en el país, que también fue uno de los pioneros en América Latina. Ese logro, por supuesto, no surgió de un día para el otro. Años antes,
    construyó el Consejo Nacional de Mujeres y luego la Alianza de Mujeres. Las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente de 1916 dieron mayoría a los sectores conservadores, a los partidos tradicionales, y la decisión de impulsar el voto femenino se postergó. Esta carta es la dura réplica de Paulina Luisi a esos hombres. Lee la actriz Lucía García Aldaya.
    ***
    Cuando oímos, como hace pocos meses, a los hombres encargados por el pueblo de reformar la carta magna de la Nación clamar con inconsciente suficiencia que la misión de la mujer es la guardia del hogar y la procreación de los hijos pensábamos con amargura en el hogar de las sirvientas como nosotras mujeres. Pensábamos en las miles de mujeres que, a la par del hombre pero con
    menos salario que él, trabajan de sol a sol en las fábricas y en los talleres. En las innumerables empleadas que, de pie cruelmente obligadas por un mezquino sueldo, pasan encerradas en los talleres. En otras más miseables aún que, al precio de un salario de hambre, cosen catorce y dieciséis horas para los registros. En las telefonistas, que con quince faltas en el plazo de 13 meses pierden la efectividad de su empleo. Y nos preguntábamos qué salvaje ironía o qué obtusa inconsciencia inspiraban las palabras de aquellos constituyentes que no tuvieron reparo en negar a la mujer el derecho a la vida ciudadana en nombre del más sagrado de todos los deberes. Pero que, a estas esclavas del hambre, siquiera en nombre de la maternidad humillada, no saben proteger como legisladores, ni muchas veces saben respetar como hombres.
    Paulina Luisi
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 7 meses
    Violet Trefusis fue una escritora inglesa nacida a finales del siglo XIX. Una mujer que, aunque escribió gran parte de su vida, tiene una obra que en su mayoría permanece inédita. Fue también -y principalmente- alguien que hizo de su disidencia, su rebeldía y su protesta una forma de vida. En sus textos y de una manera férrea, Violet defendía la diversidad sexual y nunca se disculpó de sus opiniones, incluso en momentos de peligro. La historia la recuerda como la amante de la poeta y novelista Vita Sackville-West, que a su vez fue el gran amor de Virginia Woolf.
    Dicen las biografías que Virginia siempre estuvo celosa de Violet, que continuó su amor con Vita hasta el día de su muerte. Ésta es una selección de cuatro cartas que le escribe a Vita, a quien llamaba con muchos nombres: Mitya, Dmitri, Julian... Acá asoma una personalidad apasionada, obsesiva y violenta en su pasión. Nada de medias naranjas. Naranjas completas, que quieren morderse y sacarse todo el jugo. Lee la actriz Matilde Campilongo.
    ***
    Sé malvada, sé valiente, emborráchate, sé imprudente, sé disoluta, sé despótica, sé anarquista, sé una fanática religiosa, sé una sufragista, sé lo que quieras, pero por piedad sélo hasta el limite. Vive, vive plenamente, vive apasionadamente, vive desastrosamente au besoin [si es necesario]. Vive la gama de las experiencias humanas, construye, destruye, vuelve a construir. ¡Vive, vivamos tú y yo, vivamos como no ha vivido nadie hasta ahora, exploremos e investiguemos, avancemos sin miedo por donde hasta los más intrépidos han titubeado y se han detenido! […] Mitya, podrías hacer lo que quisieras de mí, o más bien Julian. Amo a Julian, arrolladoramente, devastadoramente, posesivamente, exorbitantemente, insaciablemente, apasionadamente, desesperadamente. También coquetamente, conquistadoramente y frívolamente.
    *
    Una tras otra me asaltan la desdicha, la angustia, el cinismo, la desilusión, la apatía, el resentimiento, luego nuevamente la desdicha, los celos, la desesperación, la desgana para después volverse a reafirmar mi inexorable temperamento. […] Recuerdas las caricias… Parece que jamás te he deseado como ahora. Cuando pienso en tu boca… Cuando pienso en… otras cosas, se me sube toda la sangre a la cabeza, y casi imagino… No me has contestado al telegrama en que te preguntaba si te estabas “portando bien”, sabes muy bien lo que quiero decir. Si tengo la impresión de que no, haré lo mismo: no mantendré la promesa que te hice. […] Escríbeme, cielo mío, dime que no has cambiado respecto a H. y que
    al menos nos veremos pronto. […] ¿Vuelves a llevar el anillo de bodas? Ay, Mitya, por favor, no. Espero recibir un telegrama tranquilizador tuyo hoy mismo. Sin ti son todo cenizas.
    *
    A veces, antes de dormirme, a fuerza de desearte, termino sintiendo tu cuerpo tendido a mi lado, todo el calor de tu carne estremecida, los besos en tu boca y las caricias de tus dedos, y desfallezco, y me siento a punto de morir. ¿No tienes jamás esas sensaciones? Vamos, un poco de franqueza. Es que te deseo, te deseo hasta el frenesí. Hay días enteros en los que no pienso en otra cosa. Es demencia, lo que quieras, pero muero por ello. Estoy segura de que jamás has sentido una cosa semejante. Mi amor, mi alegría, regresa, te lo suplico.
    Violet
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 7 meses
    Octavio Paz y Elena Garro fueron dos de los grandes escritores que dio México durante el Siglo XX. Y también una de las parejas más conocidas de la literatura latinoamericana. Cuentan los historiadores que se conocieron en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En una fiesta, Paz le dio un jalón para invitarla a bailar. Ese gesto fue quizá un botón de muestra de lo que luego sería la relación. Se casaron y basaron ese vínculo en conveniencias, celos profesionales y enojos por parte de él. Y en una serie de sumisiones y frustraciones por parte de ella. Un cóctel horrible que, por supuesto, dio lugar a un matrimonio fallido. Alguna vez, Garro dijo: “Durante mi matrimonio, siempre tuve la impresión de estar en un internado de reglas estrictas y regaños cotidianos”. Sin embargo, esta selección de cartas corresponde a los momentos inciales de ese amor. Acá está el Paz poeta, el genio, el ganador del Premio Nobel. Pero también aparecen los rasgos de manipulación. Le pide ser “sumisa, callada, dócil para mí”. Lee el actor Raúl Román.
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarhace 8 meses
    Bienvenidos y bienvenidas a la sexta temporada de Epistolar. Estamos muy felices por este reencuentro con nueva música, nuevos lectores y, por supuesto, nuevas cartas que queremos compartir con vos. En la guitarra, nos acompaña como siempre José Ferrufino, un viejo amigo
    de la casa. Y este año sumamos al pianista Facundo Miranda, a quien agradecemos su aporte y generosidad. Pero basta de prólogos. Y vamos al episodio de hoy. Es casi un lugar común hablar de Mozart y usar inmediatamente después la palabra genio. Y vincular ese genio con la locura, con los arrebatos, con el talento como un regalo de Dios. Ahí está la película “Amadeus”, que dejó la impresión de que era un donjuán, un indisciplinado con flashes geniales. Su talento, como el de cualquiera, fue también producto de un enorme trabajo. Esta es una selección de dos cartas. En la primera, justamente, habla sobre su proceso creativo, sobre cómo fluyen sus ideas
    musicales, sobre un trabajo que, en sus palabras, se “metodiza”. En la segunda, un Mozart más terrenal le pide a un primo un suculento préstamo de dinero. Acá va un Mozart genio. Uno que suda. Y que sufre, como vos, como yo, como todos. Lee el actor Marcos Montes.
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarel año pasado
    Llegamos al episodio 164 desde el inicio de este podcast y el último de la quinta temporada de Epistolar. Queremos darte las gracias por estar ahí y darle sentido a lo que hacemos. En nuestras redes te contaremos las novedades. Pero ahora vamos a lo importante: las cartas. Honoré de Balzac fue uno de los más grandes escritores en lengua francesa. Alguien obsesionado por retratar el espíritu de la burguesía de la Francia post napoleónica. Y vaya si lo hizo con “La comedia humana”, una maravillosa y monumental obra que incluye 87 novelas y cuentos sobre sus grandes obesiones: la política, la revolución, el dinero, el poder, el sexo y las mujeres. Esta carta no habla de esa obra pero sí, de alguna forma, de ese carácter desmedido -y ambicioso- de su personalidad. Le escribe a Ewelina Hańska, su mujer y condesa de origen polaco, a quien conoció a través de una carta. Le habla del sueño delicioso de quererla. De una relación que lo abruma. “Estoy viviendo solo por amor”, le dice. “Me siento tonto y feliz”, agrega. Acá una carta de amor intenso. Acá el frenético Balzac con toda su potencia verbal. Lee el actor Diego Gens.
    ***
    Estoy loco por ti: no puedo unir dos ideas sin que tú te interpongas entre ellas. Ya no puedo pensar en nada diferente a ti. A pesar de mí, mi imaginación me lleva a pensar en ti. Te agarro, te beso, te acaricio, mil de las más amorosas caricias se apoderan de mí. En cuanto a mi corazón, ahí estarás muy presente. Tengo una deliciosa sensación de ti allí. Pero mi Dios, ¿qué será de mí ahora que me has privado de la
    razón? Esta es una manía que, esta mañana, me aterroriza. Me pongo de pie y me digo a mí mismo: “Me voy para allá”. Luego me siento de nuevo, movido por la responsabilidad. Ahí hay un conflicto miedoso. Esto no es vida. Nunca antes había sido así. Tú lo has devorado todo. Me siento tonto y feliz tan
    pronto pienso en ti. Giro en un sueño delicioso en el que en un instante se viven mil años. ¡Qué situación tan horrible! Estoy abrumado por el amor, sintiendo amor en cada poro, viviendo solo por amor, y viendo cómo me consumen los sufrimientos, atrapado en mil hilos de telaraña. Oh, mi querida Eva, no lo sabías. Levanté tu carta. Está frente a mí y te hablo como si estuvieras acá. Te veo, como te vi ayer, hermosa,¿ asombrosamente hermosa. Ayer, durante toda la tarde,
    me dije a mí mismo: “¡Es mía!”. Ah, ¡los ángeles no están
    tan felices en el paraíso como yo lo estaba ayer!”.
    Epistolaragregó un audiolibro a la estanteríaEpistolarel año pasado
    Edith Wharton fue una escritora con un humor finísimo, una exploradora del mundo íntimo de las clases altas de los Estados Unidos. Fue candidata al Nobel y ganó el Pulitzer en 1921 por su extraordinaria novela “La edad de la inocencia”. Además de eso, fue una mujer que no conocía límites en un mundo regulado por los preceptos masculinos. Ella se paseaba en su auto cuando las mujeres no manejaban, amaba por igual a hombres y mujeres y se apuntó como reportera durante la Primera Guerra Mundial y realizaba las coberturas a bordo de una moto. Y, como si todo eso fuese poco, se divorció. Pensá un poco en esa época, inicios del siglo XX, te convertías casi en una paria por hacerlo. Durante esos años finales de su matrimonio, conoció al periodista Morton Fullerton, bisexual como ella, con quien tuvo una apasionada y dolorosa historia de amor. En esta carta, ella le expresa
    la gran tristeza que le causa su distancia. “Tus incongruencias e incoherencias”, le dice. Y lanza palabras que suenan como un puñal: “Mi vida era mejor antes de conocerte”. Lee la actriz Marta Pomponio.
    ***
    Mediados de Abril de 1910
    Cuando me fui pensé que quizás tendría noticias tuyas de vez en cuando. Tú me escribías todos los días, ¡y me escribías de la misma forma que solías hacerlo hace tres años! Eso me incitó a responderte de la misma manera porque no veía otra razón por la cual pudieras escribirme. ¡Pensé que querías que te dijera lo que había en mi corazón! Luego vuelvo, y ni una palabra, ni una señal. Sabes que aquí es imposible intercambiar dos palabras, y apareces aquí, vienes incluso sin haberme avisado; fue una casualidad que estuviera en casa. Te marchas, y otra vez en silencio sepulcral. He vuelto tres días y parece que no existo para ti. No lo comprendo. Si pudiera creer que hay algún sentimiento en ti −una buena y leal amistad, ¡a falta de otra cosa!− entonces podría seguir adelante, soportar las cosas, escribir y ordenar mi vida…
    […]
    He soportado todas estas incongruencias e incoherencias al máximo por lo mucho que te amo y porque lamento en extremo las cosas de tu vida que son difíciles y penosas. […] Pero ahora el sentido de la autoestima, y también la sensación de que no puedo soportar más, me hacen escribirte estas
    cosas. No vuelvas a escribirme cartas como las que me mandaste a Inglaterra. Es una diversión caprichosa y cruel. ¡No era necesario herirme así! […] pero a nadie se le puede pedir un día que entregue toda la ternura de su pasión y
    luego ignorarle al día siguiente sin razón o explicación aparente, como te has complacido en hacer tú desde tu enigmático cambio en diciembre. He tenido un año muy difícil; pero el dolor dentro de mi dolor, el último giro de la tuerca, ha sido la imposibilidad de saber lo que querías de mí y lo que sentías por mí. […] Mi vida era mejor antes de
    conocerte. Esta es, para mí, la triste conclusión de este triste
    año. Y es aún más amargo decírsela al único ser que una ha amado de verdad.
    Edith
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