El amor el mar

como única compañía, las nubes, porque se van.

Y acaso es maravilloso que todo aquello que constituye el meollo de la existencia se nos oculte.

La euforia de reconocerla tan única.
El éxtasis de acurrucarse contra ella.
Quizá sea por ahí por donde el amor y la música se unen.

Aún más conmovedora que el descubrimiento –ansioso, o discreto, o tímido– de un cuerpo desconocido, es la alegría de ver surgir de nuevo el cuerpo que uno ya conoce de memoria y al que ama.

La ninfa, la náyade tan reluciente, tan alta, tan desnuda, tan mojada, se tapa con el brazo los blancos senos; con los dedos de la otra mano disimula el matojo de su oscuro sexo.

Al principio sólo percibió su sentimiento trágico, la dificultad y el miedo.

Lo que no se ha sublimado mantiene intacta toda su intensidad.

Un animal asilvestrado es un animal que vuelve a ser salvaje.
Un hombre perdido es un hombre que se pierde porque ya no tiene idea de lo que pueda ser un camino

. Yo tengo la suerte de no soñar nunca. O por lo menos tengo la dicha de no estar sometida al recuerdo de los sueños.

Y el alma que escucha, ebria de la melodía que brota como si naciese por sorpresa, a veces va a reunirse con la mirada a los dedos que la elevan: en efecto, esos dedos que la hacen manifestarse se desplazan como si la estuvieran inventando.