—Yo limpio todos los días el retrete más que toda la casa —dice ella—, lavo el suelo, lo lustro todo. En el ventanuco pongo cada semana una cortinita limpia, blanca, con bordados, y todos los años hago pintar las paredes. Me parece que si un día dejara de limpiar, sería una mala señal y me dejaría hundir cada vez más en la desesperación. Es un cuartito oscuro el de mi casa, pero lo tengo como si fuera una iglesia.