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Alfonso Reyes

Cartilla moral

Valioso opúsculo firmado por Alfonso Reyes en 1944, cuyo propósito inicial fue servir de apoyo al fervor alfabetizador de la Revolución mexicana a principios del siglo XX. Dirigido al lector que acababa de recibir el don de las letras, es una guía laica, respetuosa de creencias particulares, que cuadricula nociones de antropología, política, sociología y civismo bajo el ánimo liberal de urbanidad que procuraba el mejor concierto entre ciudadanos de una determinada sociedad. Esta Cartilla se complementa en estas páginas con el brillante texto que leyera Reyes en el Primer Congreso de Historiadores de México y Estados Unidos en 1949, “Mi idea de la historia”, y con el lúcido discernimiento entre “Lo mexicano y lo universal”.
70 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2013
Año de publicación
2013

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Citas

  • Talia Garzacompartió una citael año pasado
    el progreso humano no sufriría esos estancamientos y retrocesos que hallamos en la historia, esos olvidos o destrozos de las conquistas ya obtenidas.
    En la realidad, el progreso humano no siempre se logra, o sólo se consigue de modo aproximado. Pero ese progreso humano es el ideal a que todos debemos aspirar, como individuos y como pueblos.
    Las palabras «civilización» y «cultura» se usan de muchos modos. Algunos entienden por «civilización» el conjunto de conquistas materiales, descubrimientos prácticos y adelantos técnicos de la humanidad. Y entienden por «cultura» las conquistas semejantes de carácter teórico o en el puro campo del saber y del conocimiento. Otros lo entienden al revés. La verdad es que ambas cosas van siempre mezcladas. No hubiera sido posible, por ejemplo, descubrir las útiles aplicaciones de la electricidad o la radiodifusión sin un caudal de conocimientos previos; y, a su vez, esas aplicaciones han permitido adquirir otras nociones teóricas.
    En todo caso, civilización y cultura, conocimientos teóricos y aplicaciones prácticas nacen del desarrollo de la ciencia; pero las inspira la voluntad moral o de perfeccionamiento humano. Cuando pierden de vista la moral, civilización y cultura degeneran y se destruyen a sí mismas. Las muchas maravillas mecánicas y químicas que aplica la guerra, por ejemplo, en vez de mejorar la especie, la destruyen. Nobel, sabio sueco inventor de la dinamita, hubiera deseado que ésta sólo se usara para la ingeniería y las industrias productivas, en vez de usarse para matar hombres. Por eso, como en prenda de sus intenciones, instituyó un importante premio anual que se adjudica al gobernante o estadista que haya hecho más por la paz del mundo.
    Se puede haber adelantado en muchas cosas y, sin embargo, no haber alcanzado la verdadera cultura. Así sucede siempre que se olvida la moral. En los individuos y en los pueblos, el no perder de vista la moral significa dar a todas las cosas su verdadero valor, dentro del conjunto de los fines humanos. Y el fin de los fines es el bien, el blanco definitivo a que todas nuestras acciones apuntan.
    De este modo se explica la observación hecha por un filósofo que viajaba por China a fines del siglo XIX. «El chino —decía— es más atrasado que el europeo; pero es más culto, dentro del nivel y el cuadro de su vida.» La educación moral, base de la cultura, consiste en saber dar sitio a todas las nociones: en saber qué es lo principal, en lo que se debe exigir el extremo rigor; qué es lo secundario, en lo que se puede ser tolerante; y qué es lo inútil, en lo que se puede ser indiferente. Poseer este saber es haber adquirido el sentimiento de las categorías
  • Talia Garzacompartió una citael año pasado
    algo como una felicidad más amplia y que abarcase a toda la especie humana, ante la cual valen menos las felicidades personales de cada uno de nosotros.
  • Talia Garzacompartió una citael año pasado
    El bien no debe confundirse con nuestro interés particular en este o en el otro momento de nuestra vida. No debe confundírselo con nuestro provecho, nuestro gusto o nuestro deseo. El bien es un ideal de justicia y de virtud que puede imponernos el sacrificio de nuestros anhelos, y aun de nuestra felicidad o de nuestra vida. Pues es

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