Supongo que cuando pasas una vida montando olas —y sabes que el océano es despiadado y millones de veces más fuerte que tú, pero aun así confías en que eres lo suficientemente hábil, valiente o afortunado para sobrevivir—, quedas en deuda con la gente que no lo logra. Siempre muere alguien. Sólo es cuestión de quién y cuándo. Recuerdas a esa persona con canciones, con santuarios de conchas y flores y vidrio de playa, con un brazo alrededor de su hija y, más adelante, con hijas propias a quienes nombraste en su honor.