Y Hannah continuó salvándome. Me salvó al no hacer preguntas, al leerme sobre abejas y botánica y evolución. Me salvó con ropa prestada que nunca pidió de vuelta. Me salvó con asientos junto a ella en el comedor, con evasiones rápidas cuando la gente me hacía preguntas que no podía responder, con capítulos leídos en voz alta y viajes forzados fuera del campus y vueltas al supermercado y un par de botas de invierno.