«—¿Y tú cómo vas a morir?
—Corazón roto, sin duda —había contestado Zane.
—No se puede morir de eso.
—Sí, sí que se puede. Le pasó a mi abuela cuando mi abuelo murió. Estaba sanísima, como una rosa. Pero cuando él falleció, perdió las ganas de vivir y, seis meses más tarde, también nos dejó. Lo quería tantísimo que perderlo la rompió. Y yo deseo morir así también.
—¿Cómo que deseas morir así?
—Me refiero a habiendo amado de verdad, Becky. Y habiendo sido amado de la misma forma».