Libros
Penelope Fitzgerald

El inicio de la primavera

Corre el mes de marzo de 1913 y la convulsa ciudad de Moscú se prepara para la llegada de la primavera. En el ambiente se percibe una transformación dramática, pero en el número 22 de la calle Lipka, hogar del impresor inglés Frank Reid, ese cambio será aún más evidente y decisivo. Una noche, tras regresar a su casa, Frank descubre que su esposa se ha marchado de la ciudad llevándose a sus tres hijos.
Pronto aparecerá en la vida del impresor una mujer sencilla, una especie de dríade por la que Frank acabará por sentirse hechizado. Y así, acompañado de su contable, Selwyn Crane, devoto seguidor de Tolstói, y de Volodia, un misterioso estudiante que irrumpe en la imprenta con extrañas intenciones, Frank tendrá que dilucidar qué motivos mueven a los demás a comportarse de forma a veces extraña, a veces irracional.
Una nueva obra maestra de Penelope Fitzgerald, autora de la aclamada La librería, y un ejemplo apasionante de sutileza y potencia narrativa.
239 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2011
Año de publicación
2011
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Opiniones

  • Yatzel Roldáncompartió su opiniónhace 6 años
    👍Me gustó

    Es un libro muy entretenido, lleno de referencias sobre el contexto ruso de inicios de siglo XX y las tradiciones inglesas, herencia de la familia Reid.

Citas

  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 6 años
    En cualquier caso, Frank no esperaba recibir pedidos de impresión por parte de revolucionarios ni de presos políticos, ya que ellos mismos parecían capaces de producir a su antojo todos los manifiestos prohibidos que animaban el flujo sanguíneo de la ciudad, así como concitar todas las amenazas del mundo. Frank se preguntaba, e incluso a veces trataba de calcular, cuántas imprentas habría ocultas en buhardillas y sótanos de estudiantes, en establos, en baños públicos y en urinarios de patios traseros, en gallineros, en casetas de pequeños huertos, bajo montones de patatas... Pequeñas prensas manuales, seguramente Albión, que imprimían por una sola cara y que se esfumaban como por arte de magia al menor indicio de peligro, para aparecer en otro lugar sin que nadie supiera cómo. Se imaginaba a los disidentes, en los ciento cuarenta días anuales de heladas que había en Moscú, calentando la tinta para poder tirar una amenaza más. Y es que la tinta de imprenta se congela con mucha facilidad.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 6 años
    El afecto que Frank sentía hacia Moscú se apoderó de él en ocasiones extrañas y poco apropiadas, y en lugares bastante mediocres. La querida y desaliñada madre Moscú, tan desconcertada ante el sonido de las campanas de sus ciento sesenta iglesias, no hacía distinción alguna a la hora de albergar bajo su mismo cielo fábricas, burdeles y cúpulas doradas. Constreñida por griegos y persas, recorrida por hordas de perplejos aldeanos y seminaristas que vagaban siguiendo los rieles de los tranvías, dispuesta en torno a su sagrada ciudadela pero extendiéndose hacia el exterior con un desaliñado salto por los bulevares, hacia el cinturón atestado de barrios obreros y el lugar donde comenzaban las vías, donde todavía se rezaba en los monasterios, y por fin hasta círculos concéntricos de pocilgas, pequeños huertos, caminos y retretes de tierra, Moscú volvía a convertirse en una simple aldea, al parecer con una enorme sensación de alivio.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 6 años
    Al igual que la nobleza y los mercaderes rusos, las empresas extranjeras eran encuadradas en diversos rangos, según su capital social y la cantidad de combustible (hulla, corteza de abedul, antracita, petróleo) que consumiera la fábrica en cuestión.

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