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Charles Nodier

El hada de las migajas

Charles Nodies (Besancon, 1780-París, 1844). Escritor francés. Hizo de su salón, en el Arsenal, el centro de la vida literaria en París y del movimiento romántico. Consciente de la importancia del sueño, escribió sus Cuentos, donde lo fantástico se mezcla con el humor y con la emoción, como en “El hada de las migajas” (1832), en la que la locura de los «lunáticos” aparece como la manera de unir el sueño y la realidad. «El sueño -decía— es el estado más lúcido del pensamiento”.
232 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2014
Año de publicación
2014
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Opiniones

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Citas

  • Talia Garzacompartió una citael año pasado
    El sentimiento y la fantasía vuelven a ocupar por doquiera el sitio que no debieron perder nunca entre las más sanas ocupaciones del espíritu? ¡Oh señor, su academia de los lunatici tendrá muy pronto sucursales en toda la Tierra! —sin embargo, no le hablé de los lunáticos de Glasgow—; pero dígame, por favor —continué—: ¿cuáles son los problemas que han llevado a un desacuerdo a tan juicioso consejo? Ardo en deseos de conocerlos.
    —El primero —me respondió con una afectada afabilidad— no es de tan grave naturaleza como pudiera creer, pero se aparta ya del círculo de los estudios corrientes y es a propósito para ejercitar los útiles ocios de las academias. Se trata de averiguar si, cuando Diógenes guisaba los congrios, que le atrajeron un tan mordaz sarcasmo por parte de Aristipo, los guisaba con aceite o con manteca
  • Talia Garzacompartió una citael año pasado
    El sentimiento y la fantasía vuelven a ocupar por doquiera el sitio que no debieron perder nunca entre las más sanas ocupaciones del espíritu? ¡Oh señor, su academia de los lunatici tendrá muy pronto sucursales en toda la Tierra! —sin embargo, no le hablé de los lunáticos de Glasgow—; pero dígame, por favor —continué—: ¿cuáles son los problemas que han llevado a un desacuerdo a tan juicioso consejo? Ardo en deseos de conocerlos.
  • Talia Garzacompartió una citael año pasado
    supe, digo, que formaba parte de la academia de los lunatici de Siena y que había llegado a Venecia en busca de quienes auxiliaran su opinión, en la doble querella que dividía, en partes exactamente iguales, a los miembros de aquella ilustre asamblea.
    —¡Los lunatici de Siena! —exclamé empujándole bruscamente hacia la plaza de San Marcos, en la que el sol brillaba con todo su esplendor veneciano, una hermosa mañana de domingo—. ¿Los lunatici de Siena, dice usted? ¿La razón experimental

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