Toda la cultura del hombre es una respuesta a la acción de la muerte en su vida, una defensa contra el estar en manos de la muerte. Y he aquí de nuevo la ambigüedad: esta cultura, erigida contra la muerte, se identifica luego ampliamente con su enemigo, la muerte: es opresiva y agresiva. La pasión, por su parte, es una respuesta —espontánea y anarquista— a la presencia de la muerte, una respuesta desordenada pero liberadora, y la cultura opresiva tiene que condenar a muerte, reprimir, mutilar esta otra respuesta a la muerte. La pasión, que lucha en dos frentes y se va a pique, está en sí misma infectada de muerte; también lleva los distintivos de la muerte.