Su piel era azul y su camisón era… rosado, y su cabello suelto era del rojo anaranjado del cobre y los pérsimos, la canela y la miel de flores silvestres.
Y sangre.
Lazlo sostuvo a Sarai en sus brazos esa noche, y era real, de carne, sangre y espíritu, pero no de risa. No de aliento. Estos habían dejado su cuerpo para siempre.
La Musa de las Pesadillas había muerto.