Claudia Piñeiro

Una suerte pequeña

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Después de veinte años, una mujer vuelve a Argentina, de donde se ha ido escapando de una desgracia porque no ha podido afrontar de otra manera su sentimiento de culpa y la condena social de un entorno pueblerino acostumbrado a juzgar y condenar. En las dos décadas pasadas en los Estados Unidos, esa mujer dañada ha reconstruido su vida, gracias al amor y al apoyo de un ser generoso, aunque la vieja herida sigue allí, bajo una fina capa de piel. De vuelta en el suburbio donde ha vivido, deberá enfrentarse con sus fantasmas y, cuando el pasado vuelva como un torrente, habrá llegado el momento no sólo de encontrarse con aquellos que formaron parte de su drama personal sino con su propia capacidad para convertir el presente en un futuro sanador.
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212 páginas impresas
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Opiniones

  • Valeria Gonzálezcompartió su opiniónhace 3 años
    👍Me gustó
    🚀Adictivo
    💧Prepárate para llorar

Citas

  • Alejandra Espinocompartió una citahace 2 años
    Si alguien depende de la amabilidad de un extraño es que quienes lo rodean no son gente con la que ha podido contar». Lo que dijo me describía de tal
  • Valeria Gonzálezcompartió una citahace 3 años
    La maternidad está llena de pequeños fracasos que pasan inadvertidos. Si las circunstancias hubieran sido otras, nadie se habría enterado, ni siquiera yo, de quién podía llegar a ser.

    Hay madres que tienen suerte y la vida no las somete a ese tipo de pruebas.

    Yo sólo tengo una suerte pequeña.
  • Valeria Gonzálezcompartió una citahace 3 años
    Fingí estar alegre, debía estar alegre si era una mujer «normal». Por primera vez y estando ya de casi cuatro semanas me pregunté, en absoluta soledad, si de verdad yo quería ser madre. No me lo había preguntado antes. ¿Por qué no me lo había preguntado antes? ¿Por qué hay mujeres que damos por sentada la maternidad? ¿Por qué creemos que la maternidad llegará con la naturalidad —y la irreversibilidad— con la que llega el otoño o la primavera? Quería a ese niño por venir, eso estaba claro, y cuando lo tuve supe que no había otra cosa en el mundo que pudiera querer tanto. Pero más allá de amar a ese niño, ¿quería yo ser madre? ¿Había alguien en el mundo que pudiera entenderme, que pudiera comprender ese ambivalente sentimiento: querer al hijo, amarlo profundamente, pero dudar acerca del rol de la maternidad? Y esa pregunta llevaba irremediablemente a otra: ¿Me sentía capaz de ser madre? ¿Podía serlo? Yo tenía la posibilidad de engendrar un hijo dentro de mí, hacerlo crecer esos nueve meses, parirlo, ¿pero sería capaz de cuidarlo, de ayudarlo a que creciera a mi lado una vez que él y yo no ocupáramos el mismo cuerpo? ¿O, como mi madre, yo también sería alguien más en una casa compartida, alguien que a veces está y a veces no? ¿Podría yo algún día hacerle daño a ese que era lo que yo más quería en el mundo o aprendería a ser su madre? La mía había tenido el primer episodio después de que yo naciera, exactamente el aniversario del día en que había muerto otro bebé, mi hermano. ¿Me podía pasar a mí? ¿Podía suceder que yo también me perdiera en la misma oscuridad que mi madre después de engendrar este niño, aun cuando no hubiera muerto otro antes? Los médicos me dijeron que no, Mariano me dijo que no. Pero yo no tendría la certeza hasta después de que mi hijo naciera.

En las estanterías

  • María Fernanda Medina
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