Leer obras completas es un ejercicio melancólico. Todos los escritores deberían de practicarlo para fortalecerse en algo que no sale sobrando: la modestia. Los afortunados, los grandes poetas, son aquellos que logran escribir cinco o diez poemas definitivos y, a su modo, indiscutibles y perfectos. Lo demás son borradores, tentativas, reiteraciones