Jose Emilio,Pacheco

Ramón López Velarde. La lumbre inmóvil

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Dos voces imprescindibles de nuestras letras se unen en este libro: la del poeta que le puso punto final al estruendo de la Revolución mexicana y la del poeta que, medio siglo después, lo entendió todo y pudo decir que no amaba el fulgor abstracto de la patria. Ramón López Velarde leído por José Emilio Pacheco se nos revela como una obsesión que es también una cátedra: además del puro placer de acercarnos a una obra deslumbrante, siempre aprendemos algo a través de la mirada curiosa e inteligente de Pacheco. Desde aquellas líneas con que el autor de Zozobra fue presentado en la célebre Antología del modernismo hasta un análisis serio y sobrio sobre su posteridad, pasando por curiosidades como las traducciones que hizo Samuel Beckett de algunos de sus poemas, Pacheco nos demuestra una y otra vez que la lectura crítica de otro poeta puede ser tan erudita como sabrosa, tan seria como placentera y tan duradera en el tiempo como fresca a la hora de volverá empezar…
Este libro no está disponible por el momento.
112 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Ediciones Era
Publicación original
2020
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Citas

  • donguerivcompartió una citahace 3 meses
    “Llorosa Nueva España que deshecha te vas en llanto y duelo consumiendo” fueron los versos iniciales de la poesía mexicana.
  • donguerivcompartió una citahace 3 meses
    Leer obras completas es un ejercicio melancólico. Todos los escritores deberían de practicarlo para fortalecerse en algo que no sale sobrando: la modestia. Los afortunados, los grandes poetas, son aquellos que logran escribir cinco o diez poemas definitivos y, a su modo, indiscutibles y perfectos. Lo demás son borradores, tentativas, reiteraciones
  • donguerivcompartió una citahace 5 meses
    Existe en la zozobra, oscila sin hundirse, dividido entre el falso edén de la vida provinciana durante el Porfiriato y el porvenir sin rostro del que nada teme tanto como la progresiva angloamericanización de México; entre la sexualidad, que en el siglo xvi los españoles identificaron con el mundo árabe para condenarla, y “la sangrienta flor del cristianismo”; entre la cara de la Virgen y el cuerpo de una tiple del Teatro Lírico. Su liturgia es la veneración del amor físico y metafísico; su remordimiento, la conciencia católica que diaboliza el mundo y la carne; su horror, la fugacidad de la vida y la corrupción final de nuestros cuerpos.
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