Me enteré mucho más tarde por Violette de que Jean-Marc había muerto de hipoxifilia, llamada igualmente asfixia autoerótica, es decir, durante una sesión de masturbación en la que intentaba amplificar su orgasmo mediante el ahogo. Jean-Marc, parece ser, se entregaba a prácticas masoquistas y fetichistas. Durante las entrevistas que llevé a cabo para escribir este libro, Lisbeth me contó que, semanas antes de su muerte, había entrado sin avisar en su habitación para recuperar unas bragas que le había robado y le había sorprendido, con un fular enrollado alrededor de su sexo, clavando alfileres en él.
Intento ahora reconstruir la forma en que se encadenaron los acontecimientos, la amplitud del impacto. Me parece que la muerte de Jean-Marc, y la versión oficial que se ofreció (es fácil imaginar lo difícil que resulta explicar la verdad a unos niños), introduce por vez primera entre los hermanos la cuestión del suicidio. Lucile consideró durante mucho tiempo la muerte de su hermano de esa forma. Sin explicación complementaria, la versión oficial, aparentemente menos violenta, genera una parte de duda, y probablemente de culpabilidad, en particular entre los mayores, cuyos sentimientos hacia Jean-Marc fueron siempre ambivalentes.
Los relatos de la muerte de Jean-Marc divergen en algunos puntos sin importancia, fundamentalmente en quién se encuentra en ese momento en Pierremont junto a Georges por las obras (a priori Lisbeth y Barthélémy) y quién, por el contrario, permanece en Versalles junto a Liane (Lucile y los pequeños).
En lo referente al acoso de la prensa, se cuenta que Georges acudió a su cuñado, entonces redactor jefe de Ici Paris, para que usase su influencia y aquello cesara. En otra versión, es Claude, el cuñado de Liane, el que utiliza el suceso para su periódico, lo que le valdrá el rencor eterno por parte de Georges. Pero esa versión me ha sido desmentida varias veces.
Todo el mundo coincide en decir que es Liane la que descubre el cuerpo y telefonea a Georges para que vuelva urgentemente. Liane llama también a Marie-Noëlle, la amiga de siempre, que llega inmediatamente para solucionar lo más urgente. Milo, que tiene trece años, llora ruidosamente durante varias horas a su hermano más cercano en edad, a su hermano desaparecido. Milo, inconsolable, llora, como Barthélémy lloró años antes la muerte de Antonin. Ahora, esas penas son evocadas de la misma forma, con las mismas palabras; están ligadas por un hilo invisible y mortífero.
No sé nada de Lucile, salvo que estaba allí, en una habitación no muy lejana, y que tenía diecisiete años. Ignoro lo que hizo, si gritó, si lloró, cómo se grabó en ella ese acontecimiento.
Lisbeth, que ahora vive en el sur, me dijo que había conservado la primera página de un periódico publicado en el momento de la muerte de Jean-Marc, cuyo título («El niño mártir no sobrevivió a su pasado») había sacado a Georges de sus casillas. Le pedí que me enseñara el artículo. Después de varios días de búsqueda, Lisbeth