Libros
Nora Ikstena

Leche materna

«Mi leche era amarga, una leche llena de incertidumbre y destrucción. Negándosela, había protegido a mi hija de aquel amargor».

La narración desgrana el destino de tres mujeres ‒abuela, madre e hija‒, tres historias trenzadas entre sí, inseparables e imbuidas de renuncia a principios, trabajo, familia e ilusión misma de vivir. La historia trascurre en Letonia durante el periodo histórico comprendido entre el final de la Segunda Guerra y la caída del Muro de Berlín. La autora nos muestra con inusitada belleza narrativa lo que sucede en un país ocupado, donde ella refleja la inestabilidad emocional transmitida de una abuela a una madre, a una hija, que internaliza los impulsos autodestructivos de la represión política. La negativa de la madre a amamantar a su hija será el acto subversivo y compasivo a la vez, un intento de no transmitir el sufrimiento y la desesperanza de una generación a otra. Nora Ikstena entreteje las historias personales de cada una de estas mujeres en un hilo finísimo en donde el lector sentirá el reverso de cada cicatriz.
213 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2021
Año de publicación
2021
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Opiniones

  • Veronica Bujeirocompartió su opiniónhace 2 años
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Citas

  • Veronica Bujeirocompartió una citahace 2 años
    El mundo de las mujeres, donde la vida y la muerte oscilaban constantemente en una delicada balanza de farmacéutico que había que mantener en equilibrio sin saber nunca de qué lado terminaría por inclinarse
  • Veronica Bujeirocompartió una citahace 2 años
    Había que considerar el cuerpo humano como una unidad: aquella masa inerte era también lugar de vida. Había que adoptar el punto de vista de Mārtiņš el Cadáver: los muertos, muertos estaban
  • Veronica Bujeirocompartió una citahace 2 años
    Allí estaba todo, toda la verdad sobre la criatura miserable e hipócrita que era el ser humano: una maraña de intestinos, un revoltijo de vasos sanguíneos, glándulas y secreciones, ganglios linfáticos y arterias, falos y vaginas, úteros y testículos. Una realidad divina donde actuaban en armonía tantos y tan diminutos mecanismos vitales, y en la que cualquier imprevisto podía resultar fatal. Pero eso nunca ocurría, porque aquel artilugio estaba hecho para vivir, no para morir. Y en todo este asunto, la muerte no era más que una interrupción accidental, pero inevitable

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