Porque, ¿qué mortal ha vivido absolutamente satisfecho en esta vida? Uno de los rasgos de nuestra naturaleza terrenal es echar en falta siempre alguna cosa y tener siempre una vaga, tonta, necia, aspiración que no puede ser saciada. Algunas veces, ciertamente, somos felices, pero en nuestra dicha más completa estamos aún insatisfechos, pues pareciera entonces que la taza de alegría está demasiado llena; esta idea nos llena de terror el pensamiento, pues dada su plenitud, pudiera, posiblemente, derramarse. ¡Qué error más grande, qué descabellado sueño febril, qué historia inacabada e imperfecta sería nuestra vida si no fuera el preludio de otra vida mejor! Considerada en sí misma es todo inquietud y confusión, pero si se considera lo presente como una preparación del porvenir, ¡en qué maravillosa armonía se convierte! ¡Qué poco nos importará entonces que las alegrías de este mundo sean incompletas y nuestros deseos incumplidos, si la dicha será total y los deseos satisfechos en un futuro!