Libros
José Revueltas

Los días terrenales

Cuando esta novela se publicó en 1949 fue motivo de apasionadas impugnaciones y polémicas. En ella, el autor ya bien conocido de Dios en la tierra y Los muros de agua planteaba los temas de la lucha de clases con una visión introspectiva que, sin dejar de ser fiel a su militancia marxista, ponía en crisis el dogma del “personaje positivo” al presentar personajes con una vida interior en la que se debatían las contradicciones de la condición humana. Ante la confusión y las malas interpretaciones suscitadas en torno al libro, Revueltas prefirió retirarlo de la circulación y dejó de publicar literatura narrativa durante siete años, en los que se dedicó a reflexionar sobre los problemas ideológicos en la relación entre el arte y la política. Hoy la novela aparece intensamente viva, gracias no sólo a esa visión trágica que Revueltas hace encarnar en sus personajes, sino además, a un estilo en el que las palabras forman una trama de tensiones donde la lucidez surge del choque entre la realidad caótica, adversa, y la voluntad humana comprometida, empellada en adquirir una forma, un valor de signo y de destino.
282 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Ediciones Era
Publicación original
2013
Editorial
Ediciones Era
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Citas

  • Adal Cortezcompartió una citahace 3 meses
    Ahora comprendía que el Minotauro no era el cubo, sino aquel objeto, aquel dios. Que el cubo era inocente, que el cubo no era sino un esclavo también. Era preciso, entonces, aplacar al dios, reverenciarlo, tenerlo complacido, inventar una religión y un culto para rendirle pleitesía. Porque el Minotauro era también el refugio y la salvación, el consuelo y la esperanza.
  • Adal Cortezcompartió una citahace 3 meses
    Ramos sonrió con un placentero egoísmo al percibir lo que le ocurría en esos momentos, pues advirtió que estas ideas sobre su mujer estaban dirigidas, gracias a una sospechosa recurrencia de incitaciones, no a ella sino a Luisa. A Luisa, su amante, ese otro extremo de la ecuación en que se expresaba su equilibrio sentimental.
    Porque él era sincero al decirse que amaba a su esposa, de la que le hubiese sido muy doloroso y difícil prescindir; pero también era sincero al pensar que las intemperancias, los rencores domésticos y los odios subterráneos de Virginia sólo se podían compensar con ese tranquilo, voluptuoso transcurso de coincidentes deseos, adivinaciones y realizaciones, que era el trato con su amante, quien, a contrario sensu, de convertirse en su esposa sería tan inevitablemente incompleta como Virginia y entonces necesitaría de ésta —convertida a su vez en amante— para perdurar dentro de su corazón.
  • Adal Cortezcompartió una citahace 3 meses
    Defectos los de Virginia, pues, innatos y forzosos, y sobre los cuales, por ello, no había que hacer hincapié excesivo, ni tampoco al modo de los candidos e inocentes románticos que parecen andar tan sólo en busca de una coyuntura para el suicidio, darles una desmesurada proporción. Defectos de esa, a veces cansada, travesía marítima que es el matrimonio.

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