Libros
José Revueltas

México 68: juventud y revolución

Revueltas fue uno de los pocos intelectuales a quienes el Movimiento Estudiantil de 1968 no tomó por sorpresa. Se le puede ver, desde la primera hora, en la misma trinchera en la que se mantuvo toda su vida, no sólo como un escritor comprometido y solidario –que siempre lo fue— sino como un militante más. En México 68: Juventud y Revolución se recogen todos los textos escritos por Revueltas –la mayor parte de ellos inéditos— durante los meses del movimiento y, más tarde, en la prisión de Lecumberri. Se trata de materiales de distinto orden, elaborados en las más diversas (y a veces inconcebibles) situaciones: reflexiones críticas en torno a la autogestión universitaria; apuntes, notas y comentarios políticos, cartas, documentos y notas personales que, en rigor, son un diario del movimiento. En ellos el lector hallará, sin duda, un fresco vivo, sugerente y lúcido de los sucesos.
461 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Ediciones Era
Publicación original
2013
Editorial
Ediciones Era
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Citas

  • Alondra Camposcompartió una citahace 3 meses
    Evidentemente uno nació para otra cosa, fuera de tiempo y sin sentido. Uno hubiese querido amar, sollozar, bailar, en otro tiempo y otro planeta (aunque se hubiese tratado de este mismo). Pero todo te está prohibido, el cielo, la tierra. No quieren que seamos habitantes. Somos sospechosos de ser intrusos en el planeta. Nos persiguen por eso; por ir, por amar, por desplazarnos sin órdenes ni cadenas. Quieren capturar nuestras voces, que no quede nada de nuestras manos, de los besos, de todo aquello que nuestro cuerpo ama. Está prohibido que nos vean. Ellos persiguen toda dicha. Ellos están muertos y nos matan. Nos matan los muertos. Por esto viviremos.”
  • Adal Cortezcompartió una citahace 4 meses
    Ahora bien: ¿qué fue lo que ocurrió, ante esto, el primero de septiembre de 1968 en el recinto del Congreso de la Unión?
    Nada. Absolutamente. No hubo un solo diputado, un solo senador, un solo magistrado, que elevara su voz de protesta contra aquel delito de Estado que se perpetraba delante de ellos, delante de sus propias y respetabilísimas narices.
    No hubo entre esa gente ningún Serapio Rendón, ningún Belisario Domínguez, ningún Fidel Jurado.
    ¿Y cómo iba a haberlos? Hace muchos, muchísimos años que el Poder Legislativo no da nombres de esa calidad. De un tiempo a esta parte, las cámaras sólo producen representantes al nivel de la sociedad de consumo: locutores comerciales, es decir, vendedores de artículos desechables, tan desechables como ellos mismos: úsese y luego tírese. (Y la mayoría de ellos, de los representantes son tan desechables que ni se les usa ni se les tira.)
    Luego, no existe en el país ni, por ende, se respeta la división de poderes que su Constitución establece. En lugar de ello no existe sino un monolitismo del poder que ejerce, en persona, el Presidente de la República. Es decir, un monolitismo que trasunta de los vestigios bárbaros de los déspotas prehispánicos: el omnipotente Tlacatecuhtli, rodeado de la servil sumisión de sus tlatoanis y acatado con terror por el empavorecido culto de un pueblo de tamemes y macehuales. (No en vano todavía hoy se designa a los, peones de albañilería, que desempeñan un trabajo no calificado, con la palabra matacuaces, que proviene de aquella primitiva de macehuales.)

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