Aunque haya pasado la mitad de mi vida observando a la gente, aunque la haya dirigido, tratando de anticipar sus estados de ánimo, motivaciones y actos. Aunque haya huido de ella, y manipulado, o sido manipulado por ella, la gente sigue siendo un misterio para mí. La gente me confunde.
La comida no. Sé lo que observo cuando veo un solomillo perfecto, un atún de primera. Puedo entender por qué millones de japoneses están siempre al borde de ser arrastrados a la lujuria del derramamiento de sangre, por ver carne firme y casi iridiscente. Sé muy bien por qué a mi jefe se le llenan los ojos de lágrimas cuando ve una guarnición de choucroute impecable. Color, sabor, textura, composición... e historia personal.