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Libros
Veintiún cuentos de fantasmas escritos por algunas de las maestras victorianas del relato escalofriante. Un regalo perfecto para Navidad y para leer al amor de la lumbre.

¿Qué hace que las historias victorianas de fantasmas sean tan perfectas para leer al calor de una chimenea en una noche oscura?
Historias de mansiones abandonadas, de viajes en coches de caballos por páramos desolados, de castillos en acantilados, de bellas mujeres sepulcrales, de oscuras historias familiares en las que los antepasados no acaban de irse del todo…
Un género en el que algunas eminentes damas novelistas, especialistas en lo escalofriante, marcaron tendencia.
Las veintiuna historias incluidas en este volumen abarcan el reinado de la reina Victoria y cuentan con aportaciones de autoras clásicas como Charlotte Brontë, Elizabeth Gaskell, Margaret Oliphant o Willa Cather, junto con otras no tan conocidas pero no por ello menos especialistas en lo tenebroso y lo sobrenatural.
Ambientados en las montañas de Irlanda, en una villa mediterránea o en una tétrica mansión de Londres, estos relatos evidencian la fascinación victoriana por la muerte y por lo que había más allá, con atmósferas sugerentes, ingenio y mucho, mucho humor.
660 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2017
Año de publicación
2017
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Citas

  • karenpolcompartió una citael mes pasado
    icaban aquellos dos allá arriba, entre las nubes y las águilas. Unos decían que Coll Dhu era descendiente de la anti
  • Lupita Meza Servincompartió una citahace 3 meses
    En general, no creo en los fantasmas, pues no veo nada bueno en ellos. Llegan, es decir, se nos informa de que llegan, de una manera tan carente de relevancia, de objeto (tan ridícula, en suma), que el sentido común de una con respecto a este mundo y la intuición sobrenatural que tiene del otro se sienten igualmente asqueados.
  • Marcia Ramoscompartió una citahace 10 meses
    revelase jamás que era ella la que me lo había contado, pero que era un ruido muy raro y lo había oído muchas veces, casi siempre en las noches de invierno, cuando se avecinaba una tormenta. La gente contaba que era el antiguo señor quien tocaba el gran órgano del vestíbulo

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