Libros
José Revueltas

El apando

Concentración del tiempo y el espacio, lugar de tensiones entre vigilados y vigilantes, que pueden ver intercambiadas sus posiciones, aquí la cárcel, el “Palacio Negro de Lecumberri, se convierte en un pequeño y tenso mundo trágico circunscrito por una estructura narrativa vigorosa, por un lenguaje implacable que adquiere la textura misma de estas vidas llevadas al límite, acosadas por sus obsesiones, sus temores, sus ansias. Obra maestra de la novela corta, El apando reafirma a un escritor capaz de dar el máximo de intensidad en el mínimo de extensión y de imprimir en nuestra memoria un núcleo de personajes desgarradamente vivos.
42 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Ediciones Era
Publicación original
2013
Editorial
Ediciones Era
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Opiniones

  • guadalejpcompartió su opiniónhace 2 años
    🔮Profundo

    Muy buen libro, duro pero bueno.

  • Andrea Ortizcompartió su opiniónhace 19 días
    👍Me gustó
    🚀Adictivo

  • martecompartió su opiniónel año pasado
    👍Me gustó
    💀Espeluznante
    🔮Profundo

Citas

  • Michelle Maccompartió una citael año pasado
    Nomás en cuanto el plan se llevara a cabo y la situación tomara otro curso, pensaba contárselo a su madre, decirle de los sinsabores espantosos que padecía, y cómo ya no le importaba nada de nada sino nada más el pequeño y efímero goce, la tranquilidad que le producía la droga, y cómo le era preciso librar un combate sin escapatoria, minuto a minuto y segundo a segundo, para obtener ese descanso, que era lo único que él amaba en la vida, esa evasión de los tormentos sin nombre a que estaba sometido y, literalmente, cómo debía vender el dolor de su cuerpo, pedazo a pedazo de la piel, a cambio de un lapso indefinido y sin contornos de esa libertad en que naufragaba, a cada nuevo suplicio, más feliz.
  • Michelle Maccompartió una citael año pasado
    Los golpes no había sido para tanto y a más y mayores y más brutales estaba acostumbrado su cuerpo miserable, así que esta impostura del dolor, hecha tan sólo para apiadar y para rebajarse, obtenía los resultados opuestos, una especie de asco y de odio crecientes, una cólera ciega que desataba desde el fondo del corazón los más vivos deseos de que sufriera a extremos increíbles y se le infligiera algún dolor más real, más auténtico, capaz de hacerlo pedazos (y aquí un recuerdo de su infancia), igual a una tarántula maligna, con la misma sensación que invade los sentidos cuando la araña, bajo el efecto de un ácido, se encrespa, se encoge sobre sí misma —produce, por otra parte, un ruido furioso e impotente—, se enreda entre sus propias patas, enloquecida, y sin embargo no muere, no muere, y uno quisiera aplastarla pero tampoco tiene fuerzas para ello, no se atreve, le resulta imposible hasta casi soltarse a llorar.
  • martecompartió una citael año pasado
    gladiola mutilada, a la que faltaban pétalos, prendida a los harapos de la chaqueta con un trozo de alambre cubierto de orín, y la mirada legañosa del ojo sano tenía un aire malicioso, calculador, burlón, autocompasivo y tierno, bajo el párpado semi-caído, rígido y sin pestañas. Flexionaba la pierna sana, la tullida en posición de firmes, las manos en la cintura y la punta de los pies hacia afuera, en la posición de los guerreros de ciertas danzas exóticas de una vieja revista ilustrada, para intentar en seguida unos pequeños saltitos adelante, con lo que perdía el equilibrio e iba a dar al suelo, de donde no se levantaba sino después de grandes trabajos, revolviéndose a furiosas patadas que lo hacían girar en círculo sobre el mismo sitio, sin que a nadie se le ocurriera ir en su ayuda.

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