Ha llegado el momento de que me vaya, pero después de haberte visto, Lucy..., puedo irme sin pena.
—Acabo de recuperarte —se lamentó ella—. No puedes morirte ahora.
Arthur se inclinó para murmurarle al oído unas palabras que Jared no alcanzó a oír antes de apearse del grifo y abrazarla. En cuanto el pie de Arthur se posó en el suelo, su cuerpo se convirtió en polvo y después en una columna de humo que se arremolinó en torno a la tía abuela de Jared y se elevó hacia el cielo nocturno hasta desaparecer.
Jared se volvió hacia Lucinda, suponiendo que la vería llorar, pero estaba serena, contemplando las estrellas con una sonrisa en los labios. Jared deslizó la mano entre las suyas.
—Es hora de que nos vayamos a casa —dijo tía Lucinda.
Jared asintió con la cabeza. Reflexionó sobre todo lo ocurrido, todas las cosas que había visto, y de pronto cayó en la cuenta de que le quedaba mucho por dibujar. Después de todo, apenas había comenzado.