Las ideas equivocadas sobre la resiliencia a menudo se alimentan desde una edad temprana. Los padres que tratan de enseñar resiliencia a sus hijos pueden felicitar a un hijo que se queda despierto hasta las tres de la mañana para terminar el proyecto final para una feria de la Ciencia de su instituto. Eso es una distorsión de la idea de resiliencia. Un niño resiliente es un niño descansado. Cuando un estudiante va exhausto a clase, está corriendo el riesgo de hacer daño a alguien de camino a la escuela mientras conduce sin haber dormido lo suficiente, no cuenta con los recursos cognitivos para sacar un buen resultado en su examen de lengua, tiene menos autocontrol cuando está con sus amigos y, en casa, está malhumorado con sus padres. El exceso de trabajo y el agotamiento son lo opuesto de la resiliencia. Y los malos hábitos que aprendemos de jóvenes se incrementan cuando nos incorporamos al mercado laboral.