El glitter de los solitarios

busco huellas
en tus libros
siguiendo el camino
que trazaste
con esmero
tratando de comprender
las claves
detrás de cada línea
de cada minúsculo corazón
de lápiz

los perros no dejan de buscarte
ni un solo día
y cada mañana
al bajar del árbol
huelen todos los rincones de la casa
desconcertados
preguntando
cuándo terminará el juego
cuándo volverás a aparecer riendo
detrás del sillón de la sala

y les miento entonces
en voz baja
(sin mirarlos a los ojos)
porque los perros pueden distinguir
más de 160 palabras
y poseen conceptos básicos
de aritmética
pero nunca
podrán comprender
esta resta absurda

igual que yo

me dejo llevar
por el dolor
indeleble
de tu recuerdo
colonizando
la dermis

y les miento entonces
en voz baja
(sin mirarlos a los ojos)
porque los perros pueden distinguir
más de 160 palabras
y poseen conceptos básicos
de aritmética
pero nunca
podrán comprender
esta resta absurda

igual que yo

se marchó volando
dejándome aun
más solo
en mi maltrecha esfera de cristal
donde no vuela nieve
falsa
sino pelos de perro
que serán siempre
el glitter
de los solitarios

te conozco demasiado
y no deberías preocuparte
por mi alimentación
ni por la falta de abrigo
no voy a caer ahora
no mientras te espero

y me tranquiliza un poco
sentir que los perros ven
(que los perros saben)
todo aquello
que yo apenas
puedo imaginar

donde no vuela nieve
falsa
sino pelos de perro
que serán siempre
el glitter
de los solitarios

el televisor y todas
las luces de la casa
se encienden
cada noche
y esa fogata
artificial
nos abriga
brillando sin descanso
desde el crepúsculo al alba
una y otra vez
para mantenernos
a salvo
y mostrarte el camino
dondequiera que estés

algunas noches
llamo
a nuestro número
desde el árbol
solo para oírnos
juntos
en el contestador
diciendo aquello
que conozco de memoria
y suena hoy
mucho más triste
y real
que antes

(hola!, no estamos en casa ahora...)

y observo el teléfono
ardiendo
a través de la ventana
y vuelvo a llamar
una y otra vez
mientras nuestras voces
se evaporan
en la noche
y las lágrimas
que se estrellan en el césped