Philippa Gregory

La Reina Blanca

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La reina blanca narra la historia del amor entre Elizabeth Woodville y Eduardo IV, rey de Inglaterra. Un amor que causará un gran escándalo y cambiará el destino de Inglaterra para siempre. Inglaterra está en plena Guerra de las Rosas, una contienda familiar, una batalla que enfrenta a hermanos y primos que luchan para obtener el derecho a reclamar el trono de Inglaterra. Pero el rey se ha enamorado de la preciosa viuda y se casan en secreto a las pocas semanas. Cuando el matrimonio es descubierto, Elizabeth y su familia se ven pronto en el centro de una lucha por el poder en la corte real, en la que tendrán que enfrentarse a sus enemigos tradicionales y a nuevos rivales para obtener el poder y las riquezas de Inglaterra.
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528 páginas impresas
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Citas

  • Margarita Gonzalezcompartió una citahace 6 años
    Entonces supo, tal como ella había sabido siempre, que no importa que una esposa sea mitad pez y el esposo sea totalmente mortal. Si hay suficiente amor, no hay nada, ni siquiera la naturaleza, ni siquiera la muerte misma, que pueda interponerse entre dos seres que se aman.
  • Margarita Gonzalezcompartió una citahace 6 años
    Cuando salga, podremos decidir.
  • Margarita Gonzalezcompartió una citahace 6 años
    El emblema de vuestra casa no debería ser la rosa blanca, sino el antiguo símbolo de la eternidad.
    —¿De la eternidad? —repito yo con la esperanza de que vaya a decir algo que resulte tranquilizador en los amargos momentos que estamos viviendo.
    —Sí, la serpiente que se devora a sí misma. Los hijos de York se destruirán entre sí, un hermano destruirá al otro, los tíos devorarán a sus sobrinos, los padres decapitarán a los hijos. Son una familia que necesita ver la sangre y, si no tienen otro enemigo, son capaces de derramar la suya propia.
    Apoyo las manos en el vientre como si quisiera proteger a mi hijo de tan siniestras predicciones.
    —No, Anthony. No digas esas cosas.
    —Son la verdad —responde él con gesto grave—. La casa de York caerá; no importa lo que hagamos vos o yo, porque terminarán devorándose unos a otros.
    Cuando me quedan seis semanas para dar a luz, inicio el confinamiento previo al parto retirándome a mi dormitorio puesto en penumbra y dejando el asunto sin solucionar. A Eduardo no se le ocurre qué hacer. Un hermano desleal no es algo nuevo en Inglaterra, ni tampoco en esta familia, pero a mi esposo le supone un tormento.
    —Dejadlo hasta que yo salga de aquí —le digo en el umbral mismo de mi cámara—. A lo mejor entra en razón y suplica el perdón. Cuando salga, podremos decidir.
    —Y vos sed valiente. —Recorre con la mirada la habitación oscurecida, caldeada por una pequeña chimenea y con las paredes vacías porque han quitado todas las imágenes que puedan afectar a la forma del niño que está esperando a nacer. Se inclina hacia delante y me susurra—: Ya vendré a visitaros.
    Yo sonrío. Eduardo siempre infringe

En las estanterías

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