Libros
Roald Dahl

El gran cambiazo

  • Gabriel Cabañas Sastrécompartió una citael año pasado
    Pero las arañas no pueden gustarte realmente –le decían a Oswald las mujeres que lo visitaban, cuando les mostraba su colección.

    –Pues las adoro –les contestaba él–. Especialmente las hembras. Me recuerdan tanto a ciertas hembras de la especie humana que conozco. Me recuerdan a mis hembras humanas favoritas.

    –¡Qué tontería, cariño!

    –¿Tontería? No lo creo así.

    –Es bastante insultante.

    –Al contrario, querida mía, es el mayor cumplido que podría hacer. ¿No sabías, por ejemplo, que la araña hembra es tan salvaje al hacer el amor que el macho está de suerte si sale con vida del trance? Sólo si es extremadamente ágil y posee un ingenio maravilloso logra salir entero.

    –¡Oswald!

    –¿Y la araña de mar, querida mía? La chiquitina araña de mar es tan peligrosamente apasionada que su amante, antes de atreverse a abrazarla, tiene que atarla con complicados nudos y bucles hechos con su propio hilo...

    –¡Basta, Oswald, basta ya! –exclamaban las mujeres, con los ojos relucientes.
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    Me abrió la puerta la hembra más enorme que jamás había visto. He visto mujeres gigantescas en el circo. He visto mujeres luchadoras y levantadoras de pesos. He visto a las corpulentas mujeres masai en las llanuras que se extienden a los pies del Kilimanjaro. Pero nunca había visto una mujer tan alta, tan ancha y tan gruesa como aquélla. Ni tan absolutamente repugnante. Iba peinada y vestida para la mayor ocasión de su vida y, en los dos segundos que transcurrieron antes de que uno de los dos dijese algo, tuve tiempo de observarlo todo: el pelo gris y azulado, metálico, cuidadosamente fijado hasta el último cabello, la nariz larga y puntiaguda olfateando en busca de camorra, los ojillos castaños, de cerdito, los labios encogidos, la mandíbula prognata, los polvos, el rimel, el lápiz de labios escarlata y, lo más horrible de todo, el pecho inmenso y empujado hacia arriba por el sujetador, proyectándose hacia adelante como si fuera un balcón. Le sobresalía tanto que era un milagro que su peso no la hiciera caer de narices. Y allí estaba aquella giganta neumática, envuelta del cuello a los tobillos en las barras y estrellas de la bandera americana
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    Deje que lo haga yo! –exclamé, pero ya era demasiado tarde: la mancha húmeda de Perra empezaba a extenderse por la cinta blanca y al cabo de una centésima fracción de segundo el olor llegó a mi nariz. Me dio de lleno en el olfato y en realidad no se parecía nada a un olor, porque un olor es algo intangible. No se puede palpar un olor. Pero aquel líquido era palpable. Era sólido. Sentí como si alguna especie de líquido de fuego entrara a gran presión por los orificios de mi nariz. Resultaba incomodísimo. Lo sentía subir más y más, dejando atrás los pasajes de la nariz, penetrando por detrás de la frente y buscando el cerebro. De pronto las barras y estrellas del vestido de mistress Ponsonby empezaron a bailar y luego toda la habitación empezó a dar vueltas y sentí cómo el corazón me golpeaba el interior de la cabeza. Tenía la sensación de que me estaban anestesiando
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    Cuando volví en mí, me encontré desnudo en una habitación rosa y noté una sensación extraña en las ingles. Bajé los ojos y vi que mi querido órgano sexual tenía metro y medio de longitud y un grosor proporcional. Y seguía creciendo. Se alargaba e hinchaba a un ritmo tremendo. Al mismo tiempo, mi cuerpo se encogía. Cada vez se hacía más y más pequeño. Y mi órgano iba haciéndose más y más grande y siguió creciendo, ¡vive Dios!, hasta que envolvió todo mi cuerpo y lo absorbió dentro de sí mismo. Me encontré transformado en un pene gigantesco y perpendicular, de más de dos metros de alto y todo lo bonito que se pueda pedir
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    Sí podríamos hacerlo –contestó Henri.
    –¿Cree que curaría la pérdida de la virilidad en los hombres? –le pregunté
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    Desde luego –dijo Henri–. La impotencia se iría a paseo.
    –¿Qué me dice de los octogenarios?
    –También a ellos –dijo–, aunque también los mataría.
    –¿Y los matrimonios fracasados?
    –Mi querido amigo –dijo Henri–. Las posibilidades son infinitas
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    Aquella mujer infernal al menos hubiese podido esperar que terminase de anotar la fórmula. Pero no fue así y Henri no dejó ni una sola nota. Registré el laboratorio después de que se llevasen el cadáver, pero no encontré nada. Así que ahora más que nunca estaba decidido a aprovechar el último centímetro cúbico de Perra que quedaba en el mundo
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    Había caído en más de una cloaca y siempre había salido apestando a mierda. A pesar de ello, en cada una de tales ocasiones se las había arreglado para convencer a la nación de que el mal olor procedía de otra persona y no de él. De modo que mi plan era el siguiente: un hombre que viola a una mujer ante los ojos de veinte millones de telespectadores pasaría bastantes apuros para negar lo ocurrido.
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    Al día siguiente recibí noticias desagradables. Aquella perra lasciva de Simone, al parecer, se había echado por encima todo el líquido que le quedaba a Henri, más de nueve centímetros cúbicos, en cuanto llegó al laboratorio. Luego se había acercado a Henri por detrás, en el momento en que él se disponía a poner sus notas al día.
    No hace falta que les diga qué ocurrió a continuación. Y lo peor de todo: a la muy estúpida se le había olvidado que Henri padecía una grave dolencia cardíaca. ¡Maldita sea! ¡Pero si ni siquiera le dejaban subir un tramo de escalones! De modo que, cuando las moléculas le dieron en la
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 4 años
    primer mandatario sería desposeído de su cargo al día siguiente y yo saldría tranquilamente de Nueva York y volvería a París. ¡Súbitamente me di cuenta de que me iría a la mañana siguiente
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