Libros
Roald Dahl

El gran cambiazo

Los cuatro relatos recogidos en este libro, que fue galardonado con el Gran Prix de l?Humour Noir, nos muestran a Roald Dahl en su mejor forma: un cóctel a la vez burlesco, barroco y macabro, tierno y cruel, ligero e inquietante, cuya receta exige mucho talento e imaginación y de la que puede afirmarse que este autor tiene el secreto. Dos de ellos, «El invitado» y «Perra», son fragmentos del Diario imaginario de Oswald Cornelius Hendryks, una especie de Don Juan moderno, refinado esteta, rico y mundano; un Diario tan escandaloso nos advierte el narrador que, en comparación, las Memorias de Casanova parecen una hoja parroquial. «El gran cambiazo» describe la ingeniosa estratagema concebida por dos maridos libertinos respecto a sus confiadas esposas. «El último acto» es el relato del reencuentro de una viuda y un antiguo pretendiente, en el que refulge también esta característica tan significativa de Roald Dahl: poner en evidencia las fisuras de la «normalidad», cómo en una situación aparentemente trivial se agazapa el horror. Estos relatos, cuyos temas centrales son el sexo y el placer, bajo su aérea y burlona apariencia son, a su vez, ácidas parábolas sobre la fragilidad del amor, la fatuidad del eterno masculino y la tenebrosa incertidumbre de la existencia.
178 páginas impresas
Publicación original
2006
Año de publicación
2006
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Opiniones

  • Dianela Villicaña Denacompartió su opiniónhace 3 años
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  • Carmen Moreaucompartió su opiniónhace 4 años
    👍Me gustó

Citas

  • Gabriel Cabañas Sastrécompartió una citahace 3 meses
    Pero las arañas no pueden gustarte realmente –le decían a Oswald las mujeres que lo visitaban, cuando les mostraba su colección.

    –Pues las adoro –les contestaba él–. Especialmente las hembras. Me recuerdan tanto a ciertas hembras de la especie humana que conozco. Me recuerdan a mis hembras humanas favoritas.

    –¡Qué tontería, cariño!

    –¿Tontería? No lo creo así.

    –Es bastante insultante.

    –Al contrario, querida mía, es el mayor cumplido que podría hacer. ¿No sabías, por ejemplo, que la araña hembra es tan salvaje al hacer el amor que el macho está de suerte si sale con vida del trance? Sólo si es extremadamente ágil y posee un ingenio maravilloso logra salir entero.

    –¡Oswald!

    –¿Y la araña de mar, querida mía? La chiquitina araña de mar es tan peligrosamente apasionada que su amante, antes de atreverse a abrazarla, tiene que atarla con complicados nudos y bucles hechos con su propio hilo...

    –¡Basta, Oswald, basta ya! –exclamaban las mujeres, con los ojos relucientes.
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    Me abrió la puerta la hembra más enorme que jamás había visto. He visto mujeres gigantescas en el circo. He visto mujeres luchadoras y levantadoras de pesos. He visto a las corpulentas mujeres masai en las llanuras que se extienden a los pies del Kilimanjaro. Pero nunca había visto una mujer tan alta, tan ancha y tan gruesa como aquélla. Ni tan absolutamente repugnante. Iba peinada y vestida para la mayor ocasión de su vida y, en los dos segundos que transcurrieron antes de que uno de los dos dijese algo, tuve tiempo de observarlo todo: el pelo gris y azulado, metálico, cuidadosamente fijado hasta el último cabello, la nariz larga y puntiaguda olfateando en busca de camorra, los ojillos castaños, de cerdito, los labios encogidos, la mandíbula prognata, los polvos, el rimel, el lápiz de labios escarlata y, lo más horrible de todo, el pecho inmenso y empujado hacia arriba por el sujetador, proyectándose hacia adelante como si fuera un balcón. Le sobresalía tanto que era un milagro que su peso no la hiciera caer de narices. Y allí estaba aquella giganta neumática, envuelta del cuello a los tobillos en las barras y estrellas de la bandera americana
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    Deje que lo haga yo! –exclamé, pero ya era demasiado tarde: la mancha húmeda de Perra empezaba a extenderse por la cinta blanca y al cabo de una centésima fracción de segundo el olor llegó a mi nariz. Me dio de lleno en el olfato y en realidad no se parecía nada a un olor, porque un olor es algo intangible. No se puede palpar un olor. Pero aquel líquido era palpable. Era sólido. Sentí como si alguna especie de líquido de fuego entrara a gran presión por los orificios de mi nariz. Resultaba incomodísimo. Lo sentía subir más y más, dejando atrás los pasajes de la nariz, penetrando por detrás de la frente y buscando el cerebro. De pronto las barras y estrellas del vestido de mistress Ponsonby empezaron a bailar y luego toda la habitación empezó a dar vueltas y sentí cómo el corazón me golpeaba el interior de la cabeza. Tenía la sensación de que me estaban anestesiando

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