En algún punto, mi mente se acostumbró a medir mi vida y la de otros en función de la gordura que mostrábamos. Sin darme cuenta, creé una ecuación en la que a más kilos, más restricciones en mi vida; y a menos kilos, un poco más de libertad. Era algo así como que con 10 kilos menos podía quitarme el suéter negro… si bajaba 15, ya podía ir a bailar… si eran 20, me permitía tener galán… en el caso de que bajara 30, hasta podría usar bikini. ¿Cómo llegué a eso? No lo sé, ni siquiera fui consciente de ello, hasta después. En ese tiempo, la delgadez era sinónimo de seguridad y libertad.