Entonces me di cuenta de que en el agujero donde las notas caían del casillero 420 al mío había atascada una rosa escarlata con un trozo de papel pegado. Alcé la ceja con extrañeza, ¿de qué servía una rosa? Los sobornos monetarios eran más prácticos. Desdoblé el papel. Era una nota. Había tres palabras escritas.
«Quiero a Cupido»