Gustau Nerín

Haile Selassie

Ras Tafari Makonnen nació en 1892; era miembro de la familia real abisinia, que se consideraba descendiente directa del rey Salomón y de la reina de Saba. En 1916, durante el reinado de la emperatriz Zauditu, su tía, asumió el cargo de regente. Y en 1930 fue coronado Negus Nagast («Rey de Reyes»), con el nombre de Haile Selassie. Su fastuosa coronación, cubierta por numerosos corresponsales y reporteros gráficos, lo hizo mundialmente famoso.

Selassie intentó que el país modernizara su economía sin alterar sustancialmente su estructura social. En realidad, él era un monarca absoluto que ni siquiera firmaba las leyes; lo hacía en su nombre el «ministro de la Pluma». Cuando los italianos conquistaron Etiopía, Haile Selassie se negó a capitular y se exilió en Inglaterra. Durante la Segunda Guerra Mundial volvió a África con apoyo inglés para enfrentarse a las tropas italianas. Logró derrotar a los colonizadores y se convirtió en un mito para africanos y afroamericanos: el negro que había conseguido vencer a los blancos. Pero en 1974 fue depuesto por una revuelta popular antiabsolutista. El Rey de Reyes, el «Elegido de Dios», sería encarcelado y asesinado por los militares marxistas que lo derrocaron.

Los colonizadores europeos estaban convencidos de su superioridad. Pensaban que la conquista de otros continentes no solo era una consecuencia lógica de su supremacía militar, sino que además estaba asociada a una preeminencia cultural, moral e incluso, para algunos, biológica. Por lo tanto, para ellos, obligar a los pueblos colonizados a abandonar su cultura, a «modernizarse», se consideraba algo positivo. Y por eso, en mayor o menor medida, fueron obligados a «aculturarse», esto es, a modificar su forma de vida para adaptarse a las exigencias de los colonizadores.

Muy distinto es el origen de Sierra Leona. Esta posesión fue creada en 1787 para instalar a los negros pobres que vagaban por Londres.

Cuando Prusia consiguió unir el país bajo su tutela, Alemania contaba ya con potentes empresas de comercio con una fuerte implantación en África, como la Casa Woermann, y las usó como instrumentos de penetración colonial.

El sueño de Bismarck, el artífice de la unidad alemana, era unir Tanganica con Kamerun y Togo en una gran colonia, Mittelafrika, pero los ingleses no lo permitieron.

Cuando en 1904 estalló una insurrección armada de estos dos pueblos, el general Von Trotha dio la orden de acabar con todos los rebeldes. Las tropas alemanas no solo ejecutaron a numerosos hereros y namaquas, sino que envenenaron los pozos del desierto donde les acorralaron para que sucumbieran de sed. Fue un genocidio en el que murió más del 50 % de la población de estos grupos étnicos: hubo entre 34 000 y 75 000 víctimas mortales

Finalmente, Alemania perdió todas sus colonias africanas por el Tratado de Versalles. Estas quedaron repartidas como mandato entre Bélgica (Ruanda-Urundi), Francia (la mayor parte de Kamerun y de Togo), Reino Unido (Tanganica, parte de Togo y parte de Kamerun) y Sudáfrica (África del Sudoeste)

En noviembre de 1959 hubo una revuelta hutu en la que más de 50 000 tutsis fueron asesinados y muchos otros se exiliaron a Uganda.

Desde el siglo XV, los portugueses crearon ciudades en Cabo Verde, Santo Tomé, Angola y Mozambique.

Cuando empezó la fiebre colonial, hacia 1880, los portugueses eran quienes tenían mayores posesiones en África: los archipiélagos de Cabo Verde y Santo Tomé, así como numerosos enclaves en Bissau, Angola y Mozambique.