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Raquel Vicedo Artero

Raquel Vicedo Artero

  • Dianela Villicaña Dena
    Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 2 años
    Pero el único que había regresado vivito y coleando había sido él, el hijo del viejo sargento mayor.
    Levantó la vista hacia el monumento conmemorativo en el centro de la plaza del pueblo. Una sencilla barra alta de granito: «En memoria de nuestros chicos de la Isla», seguido de una larga lista de nombres. El único que no estaba era el suyo
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 2 años
    No, ya no quedaban niños en la Isla. Las viudas y toda su prole se habían mudado a las ciudades, y no era de extrañar. En la Isla no había electricidad ni médico ni un miserable dentista. Había una iglesia, eso sí, pero solo daban misa unas cuantas veces al año, cuando el pastor venía de la vecina isla de Benares
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 2 años
    Dos guerras mundiales habían desangrado, literalmente, la Isla. Ahora solo quedaban unos pocos granjeros y los cuatro viejos de siempre. Los viejos, extranjeros que vivían del dinero que les enviaban desde casa, jubilados de edad avanzada y antiguos aristócratas exiliados, que vivían con una elegancia pobre y encantadora
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 2 años
    Sí. Una niña. Su madre trabajaba en la misma planta del hospital en la que estuve ingresada hace dos años.
    Sus ojos se movían rápidamente entre los pasajeros.
    —Viene a pasar el verano —añadió—. Es la primera vez que alguien se queda en mi casa, pero he pensado que no estaría mal probar. Me siento sola ahora que Per está fuera, en la mar, pescando
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 2 años
    El fornido sobrecargo apareció llevando una chaqueta blanca llena de lamparones y jadeando en lo alto de la plancha, con un niño retorciéndose bajo cada brazo.
    —¡Llegó la hora, damas y caballeros! —gritó con el fuerte acento de la clase baja londinense—. ¡Final del viaje para los dos!
    Depositó a ambos niños en el suelo y dirigió un cómico saludo al Montado
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 2 años
    El sargento Coulter pensó que nunca había visto a una niña tan absolutamente repulsiva. Y no es que le gustasen mucho los niños de ningún tipo. Solo eran adultos en miniatura, y como tales, había que tenerlos vigilados
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 2 años
    Este es el sargento Coulter, querida, de la Real Policía Montada del Canadá, y yo soy el señor Brooks. Soy el encargado de la tienda. Bienvenida a la Isla
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 2 años
    Christie volvió a mirarlo fijamente de arriba abajo, desde la punta del sombrero de ala ancha hasta las botas relucientes. Entonces sonrió y su expresión se volvió radiante
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 2 años
    Su voz era aguda, casi histérica.
    El señor Brooks pasó el brazo por los hombros del niño.
    —Por supuesto que no, hijo. Tu tío no está aquí, Barnaby. Por lo menos, por el momento, así que tendrás que quedarte con la señora Brooks y conmigo durante un tiempo
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 2 años
    Se reclinó y encendió un cigarrillo. Si uno se paraba a pensar en ello, a la mayoría de los niños en aquella época les pasaba algo grave. Más disciplina. Eso era lo que necesitaban. No había más que ver a ese niño mimado y grosero. Un mocoso de colegio privado, sin duda. «¡Tengo diez millones de dólares! ¡Tengo diez millones de dólares!» Pequeño demonio arrogante. Una buena paliza es lo que le hacía falta. Pero hoy en día ese comportamiento se consideraba anticuado. Sin embargo, había funcionado a las mil maravillas cuando él era un crío
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