Normalmente, en las personas sin albinismo, el ojo izquierdo envía la información de las imágenes que capta a ambos lados del cerebro, al hemisferio derecho e izquierdo. Cuando las conexiones nerviosas (los axones) de las células ganglionares (uno de los tipos de neuronas que tenemos en nuestra retina) salen del ojo, se distribuyen en la base del cerebro, en el denominado quiasma óptico, entre los dos lados del cerebro. Exactamente lo mismo ocurre con el ojo derecho. Por lo tanto, en cada uno de los lados, de los hemisferios cerebrales, nos llega habitualmente información con las imágenes de los dos ojos, naturalmente tomadas desde puntos ligeramente separados (nuestros dos ojos toman imágenes similares, pero no idénticas). Esta información se comparte, se compara y se analiza en el cerebro y da lugar a una ilusión óptica que denominamos visión tridimensional, la que nos permite percibir profundidad en las imágenes, apreciar que hay objetos cercanos y otros más alejados, ver que estamos en una habitación muy grande con gente al fondo de la misma y otra más cercana o apreciar un paisaje y ver unas vacas pastando en primer término y una solitaria granja a lo lejos, al final de la pradera. Desgraciadamente, nada de todo eso puede percibirlo una persona con albinismo.
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