«La música, por lo tanto, es matemática melódica. Quien tenga esta clave será capaz (en principio) de transformar la materia en energía, la energía en sufrimiento, el sufrimiento en tiempo, el tiempo en deseo y el deseo en espacio [...] La música derrumba las distinciones entre lo que existe y de nuevo todo se vuelve posible, siempre y cuando se pueda tener la maestría de la música universal o —para usar nuevamente palabras que no son propias— siempre y cuando se pueda escuchar el canto de las estrellas en sus órbitas y se pueda reproducirlo».
En estas líneas, Amos Oz se refiere a la música de las esferas, a los acordes celestes que nadie de barro humano y tosco oído puede escuchar.