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Diego Blanco

  • Ricardo Mejía Lópezcompartió una citael año pasado
    Los cuentos de hadas no dan al niño su primera idea de los fantasmas. Lo que los cuentos de hadas dan al niño es su primera idea clara de una posible victoria sobre el fantasma. Nosotros hemos conocido íntimamente al dragón desde siempre, desde que supimos imaginar. Lo que el cuento de hadas hace es proporcionarnos un san Jorge capaz de matar al dragón. Lo que el cuento de hadas hace exactamente es esto: por una serie de claras representaciones pictóricas, nos acostumbra a la idea de que esos terrores ilimitados tienen un límite; de que esos informes enemigos tienen enemigos; de que esos infinitos enemigos del hombre tienen enemigos en los campeones de Dios; de que hay algo en el universo más místico que las tinieblas y más potente que el miedo poderoso».
    G. K. Chesterton
    El ángel rojo
  • Ricardo Mejía Lópezcompartió una citael año pasado
    Pero si lo piensas —continuó el otro, sonriendo ante la pulla—, sabrás que digo la verdad si afirmo que los pensamientos del hombre y las invenciones que crea su imaginación deben originarse con la ayuda de otro. Del Otro, con mayúsculas. Vamos, Jack, eres inteligente, abandonaste el ateísmo hace meses, convencido de que era imposible vivir coherentemente creyendo que el destino de tu vida no es más que una tumba vacía
  • Ricardo Mejía Lópezcompartió una citael año pasado
    Al crear un mito, el hombre no hace sino reflejar de la única manera que está a su alcance un fragmento de la realidad que necesita de una respuesta. La muerte, el sentido de la vida y del sufrimiento, el amor, los celos, la traición, la tristeza; son realidades que acorralan al hombre desde que es hombre. Dios ha querido inspirarle ciertas verdades, o la verdad, podríamos decir, sobre estas preguntas y el poeta las ha expresado en imágenes, como ha podido. De modo que cada uno de estos cuentos, de estos mitos, contiene un reflejo de la verdad, aunque no la verdad completa. El cristianismo es justo lo mismo. Salvo por la enorme diferencia de que el poeta que lo creó es Dios mismo, y que las imágenes que utilizó para construir su historia son hombres reales, como tú y como yo
  • Ricardo Mejía Lópezcompartió una citael año pasado
    —¿Quieres decir que la muerte y resurrección de Cristo es el viejo mito del «dios muerto que vuelve a la vida» contado de nuevo?
    —Sí, eso es exactamente lo que quiero decir —respondió—, salvo por una cosa, y aquí está la clave. Que existe un verdadero Dios muerto y resucitado, localizado de forma precisa en la historia y cuya actuación ha tenido consecuencias históricas definitivas. Este mito es verdad, Jack. Ocurrió, y podemos saber que es real por un hecho determinante.
    —¿Cuál es ese hecho?
    —Que cambió la vida de las personas. Los apóstoles, por ejemplo, que en la hora de las tinieblas no pudieron demostrar nada más que su cobardía volviendo la espalda a su Maestro, de repente, fueron capaces de dar su vida, pasando por la prueba del fuego para anunciar todo lo que habían visto y oído aceptando con alegría el ser ellos sacrificados de la misma manera. El miedo había sido vencido en ellos de una manera real y profunda
  • Ricardo Mejía Lópezcompartió una citael año pasado
    Y hoy? —dijo Jack al fin—. ¿A mí en qué me afecta? Los apóstoles forman parte del mito pero yo no.
    —Tú formas parte del mito al igual que ellos —dijo Tollers—, al igual que yo, al igual que todos. Porque lo que cuenta esta historia, este mito que ha ocurrido en realidad, es que el Enemigo del hombre forjó un arma poderosa con la cual podía esclavizarlo y someterlo a su voluntad perversa. Forjó el miedo, que Dios no había creado. Y por eso, viendo que toda la humanidad sucumbía en la batalla contra un arma tan poderosa, el mismo Dios tuvo que hacerse hombre, venir a la tierra, para arrebatársela y destruirla, destruir el miedo, y ofrecer el fruto de su hazaña a todos los hombres para que pudieran ser liberados de esta forma de esclavitud. Es el miedo lo que dirige los pasos del hombre, el miedo a sufrir, a no ser querido, a no encontrar sentido a nada. Y como en última instancia el mayor miedo del hombre es el miedo a la muerte, Dios tuvo que destruir la muerte para aniquilar el arma del enemigo. Esta arma cruel que forjó en secreto en un tiempo inmemorial
  • Ricardo Mejía Lópezcompartió una citael año pasado
    Creo que entiendo lo que quieres decir, y debo admitir que lo entiendo de una forma que no había alcanzado a comprender antes.
    —Eso es porque, quizá, las personas estamos más capacitadas para comprender las verdades profundas si toman la forma de un cuento o una canción, que si se limitan a exponerse en una serie de realidades abstractas. Esto es lo que quiero decir con que el mito es real. Este mito es profundamente real, tanto que ocurrió de veras y desde que ocurrió ha liberado del miedo a millones de personas
  • Ricardo Mejía Lópezcompartió una citael año pasado
    No había tiempo para desesperarse, la misión urgía y exigía dejar de lado toda angustia, porque desesperarse, como el viejo senescal de Gondor, era dar ya la victoria al Enemigo. Y aparecían cobardes que se ceñían de valor y la hora más oscura de la noche sólo era importante porque era la hora que precedía a la aparición inminente del alba
  • Ricardo Mejía Lópezcompartió una citael año pasado
    Ya sé qué es el Anillo Único, conozco cuál es la misión y llevo escondido en el bolsillo el frasco de luz de Frodo. Ayudarte a descubrirlo, si tú quieres, es el principal motivo por el que existe este libro. He aceptado el riesgo que supone escribirlo porque la misión urge y actuar conforme a lo que el miedo te dicta es otra de las formas de dar la victoria al Enemigo
  • Ricardo Mejía Lópezcompartió una citael año pasado
    Por último, debo decirte que yo todavía no he destruido el Anillo, pero sé que la fe, este viaje inesperado, me lleva lenta e inexorablemente a subir un día al Monte del Destino y arrojarlo allí, en sus grietas, o a fracasar en el intento
  • Ricardo Mejía Lópezcompartió una citael año pasado
    Una sensación real de que existía un sentido en el sufrimiento, más allá de lo que yo podía percibir en ese momento de mi vida. Yo no sabía dónde se encontraba, como tampoco sabía en qué consistían esa misión y esa luz que Frodo escondía en el pecho. Menos aún podía imaginar quién me había enviado ese libro de tapas azules, ese cofre lleno de tesoros. Un cofre bellísimo, sí. Pero no tan bello como las joyas que contenía. Porque el cofre contenía el anuncio de la salvación y era Dios mismo quien me lo había enviado, en medio de la tormenta, en la hora de la necesidad, para no dejarme sucumbir a la desesperación. Dios me había enviado ese libro para que no me volviera loco. Aunque yo no lo sabía todavía
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