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José Coronel Urtecho

Traducciones de libros

Citas

Miguel Peñacompartió una citael año pasado
Dicho sencillamente, el héroe de la virtud y el deber, cae al fin en las mismas ambigüedades del hedonista y el utilitarista. ¿Por qué? Porque tiende a alcanzar «el bien» como un objeto. Se lanza a una campaña consciente y deliberada por «cumplir su deber» en la creencia de que es lo bueno y por lo tanto productivo de felicidad. Ve «la felicidad» y «el bien» como «algo que alcanzar» y así los pone fuera de sí mismo en el mundo de los objetos. Al hacerlo se ve envuelto en una división de la que no hay escape: entre el presente, en el que aún no se halla en posesión de lo que busca, y el futuro, en el que piensa que llegará a tener lo que desea: entre el error y el mal, la ausencia de lo que busca, y el bien que espera convertir en presente por medio de sus esfuerzos para eliminar los males; entre su propia idea del bien y el mal, y la idea contraria del mal y el bien sostenida por otra escuela filosófica
Miguel Peñacompartió una citael año pasado
Al contrario, siente que la dificultad no está en los medios que el filósofo elige para alcanzar sus fines, sino en los fines mismos. Piensa que toda la concepción de «felicidad» e «infelicidad» es ambigua desde el principio porque se halla situada en el mundo de los objetos. Esto no es menos cierto de otros conceptos más refinados, como virtud, justicia, etc. De hecho, es especialmente verdadero de «bien y mal» o «recto y errado». Desde el momento en que los tratamos como «objetos que alcanzar», estos valores conducen al engaño y la alienación. Por lo tanto, Chuang Tzu está de acuerdo con la paradoja de Lao Tzu, «Cuando todo el mundo reconoce lo bueno como bueno, lo bueno se vuelve malo»4, porque se convierte en algo que no se tiene y se debe perseguir continuamente hasta que, en efecto, resulta inalcanzable.
Miguel Peñacompartió una citael año pasado
Teóricamente Mo Ti sostiene: que todos los hombres deberían ser amados con igual amor, que el individuo debería encontrar su mayor bien en amar el bien de todos, que el amor universal era recompensado por la tranquilidad, la paz y el orden de todos y la felicidad de cada uno. Pero este «amor universal», cuando lo examinamos (como la mayoría de los proyectos utópicos), vemos que impone demandas tan severas a la naturaleza humana que no se puede poner en práctica y, ciertamente, aunque pudiera practicarse, entumecería y atrofiaría al hombre, y finalmente arruinaría lo mismo al hombre que a su sociedad. Y no porque el amor no sea bueno y natural al hombre, sino porque un sistema edificado sobre un principio de amor abstracto y teórico, ignora ciertas realidades fundamentales y misteriosas, de las que no podemos ser plenamente conscientes, y el precio que pagamos por esta inatención es que de hecho nuestro amor se convierte en odio.
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