Como le permitieron vestirse hasta el final con los piyamas del marido, Evita flotaba cada vez más suelta en la inmensidad de aquellas telas. «¿No me encuentran hecha un jíbaro, un pigmeo?», les decía a los ministros que rodeaban su cama. Ellos le contestaban con alabanzas: «No diga eso, señora. Si es un pigmeo usted, ¿nosotros qué seremos: piojos, microbios?» Y le cambiaban de conversación.