Si creemos que existe una máquina cuya estructura le permite pensar, sentir y percibir, podemos imaginar que se agranda pero que a la vez mantiene las mismas proporciones, de modo que podríamos entrar en ella como en un molino. Si hiciéramos eso, no descubriríamos nada adentro, aparte de piezas que se empujan unas a otras; nunca veríamos nada que explicara una percepción72.
Este razonamiento se conoció como el Molino de Leibniz, y durante siglos se han usado versiones de él debidamente actualizadas, incluidos los argumentos actuales sobre cómo funciona el cerebro