mito, la religión y la tragedia abordan nuestra inseguridad de otra manera. Despiertan temor. Afirman nuestra impotencia, pero al confesarla nos liberan de la carga de tener que reprimirla.
(Una persona ignorante puede disfrutar con las obras de Shakespeare. En cambio, yo diría que la percepción que los oxfordianos tienen de ellas siempre está teñida, en mayor o menor medida, por el fastidio que les causa su falsa atribución.)
La obra romántica canta a la inevitable salvación, el inevitable triunfo del individuo sobre los dioses –o mediante las acciones de éstos–, triunfo debido, en definitiva, no al esfuerzo, sino a alguna excelencia inherente (aunque insospechada) al protagonista.
La tragedia tiende a la subyugación del individuo y, por consiguiente, a la liberación de la carga represiva que lo atribula y la ansie