Editorial Alfa

  • Sócrates Ramírezcompartió una citael año pasado
    No siempre se tiene una oportunidad tan evidente para estudiar la manera en la que una visión determinada de la historia se traduce en otra del país y en los subsecuentes proyectos que al respecto se diseñan.
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    Planteemos el problema de la siguiente manera: al Bolívar guerrero y épico, fundamento del más intenso nacionalismo y legitimador de los gobiernos militares, se contrapuso el Bolívar revolucionario –y no por eso menos épico– de los movimientos de izquierda. Fue un debate historiográfico, porque en la investigación histórica cada bando buscó las evidencias para respaldar sus posturas; pero sobre todo fue un debate ideológico fundamental: el de arrancarle a los gobiernos tradicionalmente militares (y a partir de 1920, anticomunistas) de Venezuela, la imagen del Libertador, tan importante en la conciencia de los venezolanos, para ponerla al servicio de los ideales democráticos y, en muchos casos, socialistas.
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    Así, esperamos demostrar que el marxismo cumplió con un rol fundamental en la construcción de una mirada alternativa a la desarrollada por los positivistas en la historia de Venezuela; mirada que fue fundamental para la construcción de la democracia.
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    Deslindar a Bolívar de la tradición autocrática, indistintamente de que revisiones más recientes no se atrevan a un veredicto tan rotundo en este aspecto, representó en gran medida el esfuerzo de los primeros marxistas venezolanos.
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    Desmontar el vallenillismo, entonces, en especial esa visión del Bolívar gendarme y «positivista», será la primera, urgente e indispensable de las tareas ideológicas de los nuevos líderes; por mucho que ni ellos mismos pudieron librarse completamente del influjo del libro, como veremos más abajo.
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    con los que presentar una versión propia del devenir venezolano.
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    Gómez toleró la coexistencia de las versiones positivistas, que tanto le convenían, con las de la vieja épica de la Historia Patria, que acaso eran más de su gusto y que finalmente asumiría el ejército que crea como fundamentación ideológica.
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    Hasta Betancourt, que como todos los demócratas, fue más bien moderado en sus advocaciones al Padre de la Patria (¿cómo de otro modo, si su lucha era contra el gomecismo y por el civilismo?),
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    La idea nodal de entender la independencia como una revolución social que expresa profundas contradicciones de clases, a la que ya había llegado Laureano Vallenilla Lanz pero que con los marxistas se motoriza, es un aporte fundamental.
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    A tal punto llega el tributo a Vallenilla y su idea de una «guerra civil» (guerra social, encerraba este término para él) que «los marxistas –escribe Manuel Caballero– transformarán rápidamente la ‘guerra social’ de Vallenilla en una ‘guerra de clases’. A tal punto, pero además con tal dependencia del planteamiento positivista, que en varias ocasiones nos hemos permitido decir que el materialismo histórico en Venezuela, en particular su vertiente ortodoxa y estalinista, debe mucho menos a Marx, a Engels, a Lenin e incluso a Plejanov (quien fue su maestro confeso de los primeros tiempos), que al ideólogo del gomecismo. Que la versión venezolana de esa escuela es mucho menos marxista que ‘vallenillista’»[72], afirmación, dicho sea de paso, que al final de su vida el mismísimo Irazábal aprobó.
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