Jacques Lafaye

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    Nadie, durante setecientos años, ha dominado en Italia las letras griegas; y sin embargo reconocemos que de ellas viene toda la ciencia
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    El uno de estos es aquí en México, donde está un montecillo que se llama Tepeaca […] en este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses que llamaban Tonantzin, que quiere decir nuestra madre […] y venían a ellos de muy lejanas tierras”.3 Esas indicaciones están confirmadas (o están tomadas de Sahagún) por fray Juan de Torquemada, que, por su parte, escribe: “Y en otro lugar que está a una legua de esta ciudad de México, a la parte del norte, hacían fiesta a otra diosa, llamada Tonan, que quiere decir nuestra madre, cuya devoción de dioses prevalecía cuando nuestros frailes vinieron a esta tierra, y a cuyas festividades concurrían grandísimos gentíos de muchas leguas a la redonda”
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    Ahora bien, bastará creer en una primera evangelización apostólica de los indios, para que Tonantzin pase de Eva a la Nueva Eva, María. Sin duda, tales fenómenos no son objeto de gestiones plenamente conscientes y concertadas; sin embargo, entrevemos aquí una de las vías posibles para un futuro sincretismo. Otro camino más seguro indicado por Sahagún lo ofrecía la filología: “Y ahora que está allí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, también la llaman Tonantzin, tomada ocasión de los predicadores que a la Madre de Dios la llaman Tonantzin […] y es
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    cosa que se debía remediar, porque el propio nombre de la Madre de Dios Señora Nuestra no es Tonantzin, sino Dios y Nantzin; parece esta invención satánica, para paliar la idolatría debajo la equivocación de este nombre Tonantzin, y los indios vienen de muy lejos, tan lejos como de antes, la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora, y no van a ellas, y vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin, como antiguamente”.20 La lucidez del franciscano nos asegura la sinceridad de su intención: describir las antiguas formas de la religión mexicana para ayudar a “extirpar la idolatría
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    La nueva Tonantzin, o, como hubiera dicho Sahagún, “Dios Nantzin”, venerada en el cerro del Tepeyac, tenía para españoles y criollos el nombre más familiar de Guadalupe. El origen y la significación de ese nombre son todavía discutidos; se está de acuerdo, en general, en reconocerle un radical árabe: guad, bastante generalizado en la toponimia peninsular (Guadalquivir, Guadiana, Guadalete, etc.) para designar ríos y arroyos; acerca de este punto hay pocas dudas. En cambio, el sufijo ha sido interpretado durante mucho tiempo como de origen latino: lupum, el lobo, de donde tendríamos “el río de los lobos”; fuera de que resultaría sorprendente la asociación de un radical árabe y de un sufijo latino culto (la evolución popular normal de la lengua castellana dio la forma moderna lobo), una breve investigación filológica (al es el artículo árabe) y una rápida mirada sobre el lugar nos llevan a pensar que guad al upe más bien significa río oculto, es decir, corriente encajonada. En el primer caso, el único que nos interesa por el momento, la Virgen recibió el nombre del santuario donde es venerada en el corazón de una sierra oriental de Extremadura (cerca de Las Villuercas) y que según la tradición fue fundado después de una aparición milagrosa de María. Esta tradición está bien establecida por una serie de relatos de los siglos XIV y XV, debidos a religiosos jerónimos, que tuvieron la guarda del santuario, desde 1389 hasta 1835.
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    Los jesuitas pusieron el acento en la Inmaculada Concepción, y crearon las hermandades marianas, que contribuyeron poderosamente al desarrollo de los templos y de la propia devoción; pero en este mismo camino habían sido precedidos por los franciscanos. Desde el Tercer concilio provincial mexicano, reunido en 1585, la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen fue declarada obligatoria, bajo pena de pecado mortal. El culto a la Inmaculada tomó en España, y en el imperio, las proporciones de un asunto nacional; una Junta de la Inmaculada, creada por instigación de la monarquía española, se reunió episódicamente entre 1616 y 1770, con la mira de obtener la promulgación del dogma de la Inmaculada Concepción. Esta Junta permanecería hasta cerca de 1820
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