La peste emocional en el fútbol reviste hoy en día cada vez más la forma de una epidemia, abierta o insidiosa, de violencia odiosa, de xenofobia, de racismo y de antisemitismo. Al contrario de las ilusiones “humanistas” de los ideólogos del “fútbol-progreso”, del “fútbol-popular”, del “fútbol para todos”, del “fútbol-ciudadanía”, etc., que recitan como sonámbulos el credo del “ideal deportivo” (integración, fraternidad, fair-play, amistad, paz), los estadios se han convertido en fortalezas de odios racistas, altavoces de crispaciones identitarias, cajas de resonancia de violencias destructivas, con sus actitudes de rechazo, de discriminación, de servidumbre, de heterofobia25 y, para terminar, sus llamamientos a la agresión, al asesinato y al pogromo26.